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Un soberbio convencido de que de los tres órganos del poder público, solo vale el Ejecutivo. Y que los otros dos, trípode en el cual se asienta la democracia,
son simples entelequias.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Petro conmemora un año de gobierno sin dar tregua a su pugnacidad. Confrontar ha sido su obsesión. Destruir lo construido, su pasión. Se enfrenta a la Procuradora, choca con el Fiscal y cuestiona a las cortes. Detesta al sector privado empresarial. Cumple doce meses de presidente en los cuales ha operado más como cazador de peleas que como Jefe de Estado. No ha sabido construir consensos. A menos de una semana de proponer la Gran Unidad Nacional, renuncia a lograrla. Se decide por aumentar dosis de mermelada para negociar individualmente votos de los congresistas. Le estorban los altos organismos institucionales, contrapesos a sus excesos.
Sostiene su desencantado como arrepentido ministro Alejandro Gaviria que “la Casa de Nariño está diezmada. Falta un equipo... (Es) una casa donde no hay gente”. Quizás sí la hay, un paranoico. Un mandatario que no entiende “que los contradictores no son enemigos”. Que sueña con el autoritarismo como sistema de gobierno. Un soberbio convencido de que de los tres órganos del poder público, solo vale el Ejecutivo. Y que los otros dos, trípode en el cual se asienta la democracia, son simples entelequias.
Mientras provoca, insiste en imponer a troche y moche su “Paz total”. Se abren las cárceles y caen las órdenes de captura para que los más violentos de la guerra sean “gestores de paz”. Ratifica nuevamente que “a un millón de jóvenes les vamos a pagar para que no maten”. Una nueva modalidad exótica entraría en el derecho penal: no castigar más el crimen de acuerdo con su gravedad, sino premiar a potenciales y reales delincuentes para que no cometan más fechorías. Ni en la cartilla de “Aunque usted no lo crea”, de Ripley, cabría tan extravagante promesa. El reino del absurdo, bizcocho envenenado con la impunidad como cereza.
La disociadora medida, ¿podría estimular a muchos jóvenes a abandonar su vida normal para chantajear a las autoridades con el argumento de que si no les dan bonificaciones por ser correctos, se dedicarán a matar?
De operar la disposición legal, delincuentes y ciudadanos decentes, correctos nivelados por lo bajo, tendrían la misma oportunidad “de vivir sabroso”, de acuerdo con la sabia sentencia de la vicepresidenta Márquez... Y quien no sea delincuente, “de malas”...
Contrastaría la insólita norma, de darle la Corte Constitucional su visado, con la situación angustiosa que viven miles de víctimas del conflicto armado, esperando la reparación económica pactada en los acuerdos de La Habana. Humilladas y degradadas, soportan duras cargas físicas y emocionales en su vida familiar. Perplejas se preguntan, ¿qué país es este en donde se premia a los victimarios, mientras a las víctimas nos condena al olvido? ¿Qué nación es esta con tan irracional legislación?
P.D.: Se nos fue Rafael Isaza, amigo y confidente. Talentoso, acertado consejero, éticamente intachable. Hombre equilibrado y cerebral. Solidario en momentos de dificultades. Como columnista, compañero por muchos años en EL COLOMBIANO. Autoridad indiscutible en materia tributaria. Colombófilo exigente. Saben Lucía y sus hijos cómo nos duele su ausencia.