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Columnistas | PUBLICADO EL 28 agosto 2019

Tercos como mulas

Por arturo guerreroarturoguerreror@gmail.com

En política somos testarudos, nos encasillamos en partidos, caudillos y creencias, y de ahí no nos saca nadie. Nos ensartamos en bandos desde cuando Bolívar y Santander se afilaron los dientes. Antes, éramos criollos contra chapetones, y más atrás indios por un lado y encomenderos por otro.

La colonización antioqueña del XIX tuvo una aliada sin la cual los tatarabuelos se habrían enfangado: las mulas. En las montañas los arrieros conocieron la tenacidad de estos animales. En una operación de trueque les pusimos, por reflejo, un remoquete más aplicable a nosotros: ¡terco como una mula! Nos traicionó el inconsciente.

Es interesante asomarse a las palabras que se van creando o pegando unas a otras, porque ellas fijan la realidad. ¿Quién aprendió de quién, los hombres de las mulas; o las mulas, de los encarnizados demoledores del paisaje a filo de hacha? El hecho es que los centauros paisas eran más bien híbridos de macho y hembra.

Otro rastro lingüístico de la testarudez colombiana es la palabra “tenaz”. Desde que se la inventaron los latinos significaba constante, resistente. Pues no, no hace mucho tiempo a alguien le pareció que ese adjetivo de dos sílabas servía más para nombrar un hecho terrible o difícil. ¿Qué tal el examen de matemáticas? ¡Tenaz!, hermano, lo perdí.

Tercos como mulas, a los que nos pasan cosas tenaces. Así estamos los ciudadanos de este país que por paradoja tiene más agua que tierra y más mujeres que hombres. El idioma nos delata y nos define. La política nos desenmascara. El siglo XX nos estrenó con la batalla de Palonegro en que se trizaron conservadores y liberales, así como siguieron haciéndolo mil días y años después.

Pájaros y liberales, guerrilleros y paramilitares, mamertos y uribistas, castrochavistas y paracos. He aquí nuestra obstinación, la inquina que nos hace líderes en asesinados, desaparecidos, correteados de sus tierras. Nadie se mueve un milímetro de su inocencia, a costa de la malignidad del contrario.

Nos hace falta flexibilidad. Tal vez el baile logre aceitarnos huesos y músculos. Que el merengue vallenato nos vuelva chicles cuerpo a cuerpo, que el zapateado llanero nos desentuma el astrágalo, que el mapalé nos desordene la columna vertebral. Que el difícil caminar del tango nos enseñe el abrazo.

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