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Columnistas | PUBLICADO EL 21 agosto 2020

Sufrir en vano

Por henry medina u.medina.henry@gmail.com

Es difícil comprender cuál es la angustia que aqueja mayormente a las sociedades de hoy. El deterioro del ecosistema, los efectos de una pandemia, la cultura del miedo que nos abraza, la crisis económica que se avecina, la deshumanización de la sociedad, el deterioro de la ética pública y el empobrecimiento de la moral individual que llegó a niveles críticos de corrupción en el mundo son realidades que ensombrecen las perspectivas de una evolución creadora, aunque con meta desconocida y final incierto.

Paolo Giordano en su reciente libro, En tiempos de contagio, nos anuncia, desde la carátula, que tiene miedo de descubrir que el andamiaje de la civilización sea un castillo de naipes y que todo se derrumbe, pero también le preocupa que el miedo pase en vano, sin dejar ningún cambio tras de sí. En su pequeño libro nos advierte que estamos acostumbrados a imponerle nuestro ritmo a la naturaleza, en vez de que sea al contrario. Y tiene razón, como también cuando escribe que cuanto más destruyamos el medioambiente, más entraremos en contacto con nuevos microbios, virus o bacterias, pues el contagio no es más que el síntoma de la enfermedad que sufre nuestro ecosistema. Y concluye con una breve recomendación: no permitir que tanto sufrimiento sea en vano.

Las nuevas circunstancias generan la ocasión única para repensar nuestro rol en el planeta; es la oportunidad de modificar la visión reduccionista del ser humano en una sociedad enferma; es el momento de recuperar valores y modificar la cultura de la ambición y el miedo; es imperativo darle sentido a la vida y forjar ideales y propósitos de dignidad en nuestra existencia terrenal.

Nuestra realidad de colombianos y nuestra enfermedad es más compleja, pues además de compartir las angustias comunes a la humanidad, nos continúa azotando la violencia fratricida que se retroalimenta en cada instante. Son dos pandemias, la Covid-19 y la violencia, de manera que, como lo insinuaba un caricaturista, a sectores de la población más vulnerable les queda difícil priorizar entre el tapaboca y el chaleco antibalas. A eso agreguemos la crisis de la verdad. Con frecuencia tenemos la convicción de que la verdad depende de quien la expresa y no de la realidad fáctica. Es que hemos pauperizado el sentido de la vida.

La carencia de sentido digno en la vida lleva a la denigración de los valores, a la preminencia de la materia sobre el espíritu y del odio sobre la empatía y la compasión. La ambición nos lleva a la mentira y a la degradación. Coincido con Leonardo Urrea cuando afirma que la corrupción surge en el momento en que la ambición se exacerba hasta distorsionar nuestros sentimientos morales y éticos, se pierde el sentido del mérito, se valora más el fin que el medio y la trampa que el trabajo. Estamos convencidos de que, logrado el objetivo, sin importar los medios, la aprobación y admiración que otorga la riqueza o posición política borran las injusticias, crímenes o engaños a los cuales se recurrió para lograr el éxito.

Aprovechemos la ocasión para hablar con nuestras conciencias y cambiemos la angustia por el compromiso de transformar, de innovar y sacar ventaja de las nuevas realidades que nos trae la pospandemia, para construir un mejor país y aportar a una mejor humanidad. Solo así lograremos que el sufrimiento no sea en vano.

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