Síguenos en:
Columnistas | PUBLICADO EL 18 enero 2020

Soñar

Por JULIÁN POSADAprimiziasuper@hotmail.com

Olvidamos cada vez más rápido, el frenesí de sucesos y noticias hace que el ansía por el cambio y la inmediatez no paren, depositamos por allá los recuerdos esenciales de este viaje, aunque aprendemos a diario, cuesta recordar los modelos pedagógicos que nos permiten hacerlo, el taller es uno de ellos, acompañé talleres de diseño durante años. Alrededor de una mesa nos sentábamos a revisar y evaluar los proyectos, discutíamos y luego dibujábamos a mano, los bocetos que hacíamos eran parte fundamental del proceso, en muchos casos unas hermosas bitácoras de papel fueron los vestigios finales de meses de desvelos, la idea más disparatada o la más simple maduraba a partir del rigor al que a través de la mano era sometida por el cerebro, las preguntas sobre aspectos fundamentales de ese objeto y la evaluación individual y colectiva eran lo que hacía evolucionar el proyecto, obviamente el resultado era una responsabilidad individual, las sesiones de taller se prolongaban al menos durante cuatro horas y se realizaban tres veces por semana. Por fortuna no existía Pinterest y la copia, que hoy llaman apropiación, era mal vista, identificar a los copistas era fácil, internet no existía o no era usado como fuente y resultado del proyecto.

Acompañado del mentor adecuado, el espacio de aprendizaje es el territorio ideal para cuestionar y subvertir la conciencia y las ideas, cada que aprendemos nos hacemos un poco más incrédulos. Esta fue la semana del recuerdo, sin mirar atrás evoqué esos largos procesos y los sitios donde compartí parte de mi conocimiento, volví a taller, volví a clase, éramos diez y siete. Encontrarme con los compañeros y sentarnos a conversar en las escaleras de acceso al hermoso y austero espacio que nos acogía era estar de vuelta, la mexicana Mariana Oliver nos llevó de sorpresa en sorpresa por métodos, modelos, autores y senderos desconocidos que permitirían construir textos de manera creativa, no importa si este que ahora lee no lo logra; el camino del aprendizaje no siempre es corto. Sentarse de nuevo y durante una semana en una mesa, frente a alguien que te guía durante cuatro horas diarias con una pausa de veinte minutos, suena a imposible y resulta impensable, sucedió todo lo contrario, resultó maravilloso enfrentarse de nuevo al rigor y la belleza de algunas reglas y normas del idioma para practicarlas o alterarlas, tachar, ignorar, reescribir, usar de nuevo y a conciencia esa herramienta hermosa que es la mano, redescubrir la magia de escribir con ella durante ese tiempo que pasaba veloz, hacerla descansar, ejercitarla. Atender, escuchar, reflexionar y estar ahí, verbos que la rutina y la velocidad nos hacen conjugar a medias.

No logré asistir a todas las sesiones, solo lo hice tres días, fui feliz. Activar la memoria con los objetos más banales, las imágenes o los recuerdos más profundos, es también una manera de sanar, descubrir y evocar esos mundos que la memoria va negándose a recordar o que simplemente almacena por ahí, resulta terapéutico, escribir es una manera de viajar. Es medio día, salgo a caminar, de vuelta a la rutina dejo de soñar y abandono esta página.

Si quiere más información:

Continúa Leyendo
.