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Daniel, ¿cómo vamos?

Hay un fantasma en Medellín, uno que no conoce el descanso (o el descaro). Habla con frecuencia sobre una ciudad que dejó tan herida que sus huellas aún están en las calles.

01 de noviembre de 2024
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  • Daniel, ¿cómo vamos?

Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas

Cuentan que hay un fantasma en Medellín, uno que no conoce el descanso (o el descaro). Habla con frecuencia sobre una ciudad que dejó tan herida que sus huellas aún están frescas en las calles. Este espectro se aferra a un lugar que nunca le perteneció del todo, como si aún intentara convencer de que su paso fue necesario. Pero la memoria de Medellín no es tan fácil de engañar, y menos cuando el daño fue tan profundo que hasta robó algo que ni las épocas más crudas de la violencia pudieron arrancar: el optimismo.

Antes de convertirse en sombra, cada una de sus acciones quebró la confianza. Cada promesa de futuro que nunca tuvo un Buen Comienzo. Cada computador destinado a los estudiantes que no fue utilizado como herramientas de aprendizaje, sino como protector improvisado para su cabeza cuando los techos de sus instituciones se desmoronaban sobre ellos. Cada planta que moría y teñía de gris lo que algún día fue verde. Cada gol de corrupción que se metió en los escenarios deportivos. Cada sueño que se convirtió en un lujo.

Hoy, mientras sus palabras se pierden en el vacío, nadie extraña la división ni la desconfianza. Al contrario, la gente reconstruye con esperanza una ciudad que sale de la oscuridad.

La última Encuesta de Percepción Ciudadana de Medellín Cómo Vamos demuestra que, en menos de un año de su desaparición, regresó la confianza y el optimismo a cada rincón de Medellín. En los barrios la gente sonríe, en las esquinas los vecinos conversan y se apoyan, en los parques se reencuentran las familias y se escuchan risas que parecían olvidadas, en los comerciantes que saben que ya no están solos, en la ciudad entera que se une en torno a las causas comunes: la lucha contra el hambre, la defensa de los niños.

El fantasma puede intentar volver, pero Medellín ya no es la misma que dejó atrás. No hace falta que grite porque las acciones hablan más alto que cualquier discurso y ya la esperanza no se negocia. Puede seguir rondando si quiere, será un eco vacío en medio de una ciudad que se reconstruye con las manos de los que nunca se fueron.

Medellín sigue adelante, pero sin él. La historia no se detiene por un espectro que insiste en mirar atrás. Porque, al fin de cuentas, los fantasmas no levantan puentes, no siembran jardines, no logran que un niño sueñe, no devuelven la confianza... y, si quiere saberlo, no ganan elecciones.

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