viernes
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Estación Embudo o Cedazo, a la que llega una mayoría, pero no todos salen al mismo tiempo sino por chorritos y goteritas; como pasa también cuando el cauce de un río se encuentra con piedras y bancos de arena, ralentizando su fluir. Y en esta estación, en la que se hace fila con una separación de dos metros entre uno y otro (cada uno enmascarado sin saber si esto sirve o no, pues la mayoría de los tapabocas no cumplen con las normas debidas), las caras se ven a medias, los morrales llevan lo imprescindible y se mira con cuidado el entorno, pues salir no solo es situarse en la calle sino en medio de espacios más amplios, algunos todavía vacíos y abundantes en gatos, perros callejeros, palomas en los alambres y árboles que se han puesto más verdes, ratones que pasan rápido y gente que se ve de lejos, real pero virtualizada por la distancia. Los que salen están ahí, cada uno en su burbuja.
Y estos que salen, lo hacen porque hay que trabajar, llevar comida a la casa, conservar su empleo, reconocerse como seres útiles y saber que siguen vivos, sintiendo un poco más de libertad y dividiendo el tiempo entre estar y no en la casa, lo que de alguna manera los despeja. Y en esta normalidad extraña (distópica), la ciudad vuelve por sus fueros económicos primarios (transporte, compras esenciales, pagos de servicios) en los que se incluyen no solo los que han salido sino los que trabajan (y durante la cuarentena lo han hecho) de manera virtual, lo que igual es distópico, pues se presume que al otro lado de la línea hay alguien recibiendo datos y váyase a saber si tecleando y comiendo, haciendo fila casera para usar la computadora o simplemente durmiendo mientras el otro le habla. La situación es variable.
Y mientras todo esto pasa y las calles van adquiriendo otra vida (aunque en la cuarentena no han faltado cada día los que salen al rebusque –vendedores de aguacates, bananos, papayas, mangos, cebollas-, los que vigilan que las normas se cumplan, los involucrados en la salud pública, los que hacen domicilios y los que atienden los suministros), la ciudad parece despertar, los teóricos hablan de cambios en la manera de trabajar (aunque no muestran modelos exactos y funcionales) y los que caminan con sus animales ya se parecen a ellos. Pero la pregunta es: ¿sí vamos a cambiar? ¿O simplemente vamos a regresar a lo mismo, a los problemas grandes sin solucionar y al mismo acelere, a las mentiras y a la confusión?
Acotación: Yosef Shmuel Agnón escribió una novela sobre el regreso: Huésped para una noche. Y el personaje se encuentra con lo que queda. Y entre lo que queda está él, que quiere ser el que era. Y bueno, esta es la pregunta: ¿ser los mismos?.