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Sobre hablar desmesuradamente

Hoy, a la par que hablamos, trinamos. Y ese trino, que es la manifestación de lo que estaríamos diciendo, ya muestra la desmesura a que llegamos: soltamos palabras, las hilamos mal y los sonidos se vuelven ruidos.

17 de junio de 2023
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  • Sobre hablar desmesuradamente

Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com

Estación Bocazas, a la que llega gente de boca grande y chiquita, lenguas largas y cortas, con ideas para desarrollar y trabalenguas para decir, algunos usando la retórica (esa manera de dar vueltas y salirse por dónde menos se piensa), y otros soltando lo que les sale y los tenía atragantados, atorados (algo así como alcantarillados). Y en este cuadro de bocas que se abren y se cierran, que permiten malos alientos, salidas estomacales de improviso y desafueros cerebrales, están también los que miran y mantienen la boca cerrada sin alterarse, los que ven un solo asunto para no dejarse desviar por otros, esos que piensan antes de hablar (que ya parecen una especie en extinción) y dan una puntada, cuando los otros lo permiten, sin permitir que el hilo se les salga de la aguja. Pero, como digo, no son muchos y entonces les ganan los hablan sin parar y vuelven con lo mismo (cantaleta), y los que acusan y señalan como inquisidores. Y en esta algarabía (recuerdo a las urracas parlanchinas), el calor aumenta, la información se tuerce y hasta aparecen los que hablan dormidos y no se les entiende.

Por la boca salen muchas cosas: sale la lengua ejecutando comunicaciones no verbales, salen los dientes de leche y sus reemplazos, salen cantos, poemas declamados, imitaciones de la voz de otro, toses que denuncian a la contaminación, palabras que seducen y otras que explican que seducir no es acosar; salen confesiones de iglesia y al psicoanalista, tonos teatrales (sarcasmo, cinismo, mezquindad) carcajadas, sonidos en otras lenguas, explicaciones (argumentos) y mentiras, quejas, pedidos según la necesidad, en fin, por la boca sale lo que es uno por dentro y, cuando se desborda, expulsa lo peor de lo que somos, pues el cerebro no da más y la crisis aparece en las palabras.

En los animales, la boca es para comer, tragar, escupir y emitir sonidos limitados. Y nosotros, para sacar por ahí lo que llega del cerebro y podemos armar con las vibraciones de las cuerdas vocales. Por esa boca (por la que también entran virus) creamos imágenes en los que oyen, ordenamos y desordenamos el mundo, demostramos qué tan profundo pensamos y damos cuenta de hasta dónde llega nuestra educación, de los espacios vividos y de lo que nos es grato o nos asusta. Por la boca sale lo que nos pone por lo alto o lo que nos delata. Erich From, en El arte de escuchar, habla de la palabra como de un cartel en el que mostramos nuestra actuación.

Acotación: hoy, a la par que hablamos, trinamos. Y ese trino, que es la manifestación de lo que estaríamos diciendo, ya muestra la desmesura a que llegamos: soltamos palabras, las hilamos mal, los sonidos se vuelven ruidos y las imágenes que salen de ahí son diablos con la cola ardiendo. Mucho que decir, a las carreras y saltando.

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