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Columnistas | PUBLICADO EL 09 mayo 2020

SOBRE EL TRABAJO EN CASA

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGELmemoanjel5@gmail.com

Estación El Mismo Punto, a la que llega poca gente (los de los domicilios, la atención médica, el que saluda desde la calle), pero en el que hay muchos situados (según el tango, anclados) en un pequeño espacio habitado por unas mismas rutinas (dormir, medio comer en orden, moverse unos metros), un mirar por la ventana o el patio y siguiendo un horario para lo que se debe hacer frente a una computadora, un celular y un cuaderno de apuntes, sea productivo. Y en este lugar (que antes era la casa y ahora un refugio), aparecemos en pantallas, nos cuidamos de que el sistema no sea intervenido por algún hacker, cerramos micrófonos para oír mejor, hablamos (en ocasiones sin ver de los otros más que dos iniciales), recurrimos a gráficos, presentaciones y a los planos medios que dejan ver la cara, el torso y las manos. Y así, situados en un espacio que se vea agradable (a otros no les importa y se los ve como en una tienda), fluimos sin movernos como esos lagos espejados de los viejos almanaques.

El trabajo en casa, del que ya se venía haciendo uso en algunas empresas y universidades, centros de investigación y unidades financieras, se mostraba como una posibilidad para un mundo global y moderno. Desde cualquier punto de la tierra estaríamos trabajando con otros, tendríamos a la mano (se supone) mayor información, ahorraríamos en transporte y vestuario, evitaríamos las fatigas del desplazamiento en las ciudades grandes, contaminaríamos menos y nos construiríamos unos horarios flexibles para realizar una tarea completa. Y algunos se acomodaron: periodistas, programadores, vigilantes, publicistas, analistas etc. Trabajarían en casa y en las tardes o las mañanas, saldrían un rato a la ciudad para no perder la costumbre del otro.

Y bueno, ya estamos trabajando en casa, pero el asunto no ha sido cómo pregonaban las teorías. Los trabajos que realizábamos en el afuera, que tenían sus dinámicas y sus encuentros, no se ajustan muy bien al trabajo que realizamos encerrados. Y esta falta de ajuste se debe a que llegamos de improviso, a que nuestro paisaje se ha vuelto una pantalla y nuestra relación con el otro ya está incompleta, sesgada. Ya el otro no es una diversidad, la ciudad no es un aprender y la falta de un reposo debido nos ha hecho sentir otros cansancios, esos de estar en un mismo punto sin parar de hacer lo mismo o variándolo con mínimos. Y si bien somos activos, somos pocos creativos. La rutina.

Acotación: La virtualidad es algo interesante y pasar por ella una experiencia (que no sé a dónde desemboque, quizá en volvernos robots). Lo que sí aparece es una clase económica (los virtualizados) que abre más la brecha con los que no pueden estar conectados. Esto es preocupante, que nos encerramos y los de afuera sigan ahí, mirándonos.

José Guillermo Ángel

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