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Columnistas | PUBLICADO EL 10 abril 2021

SOBRE AEROPUERTOS INTERNOS

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGELmemoanjel5@gmail.com

Estación Torre de Control, donde se autorizan salidas y entradas de vuelos provenientes de los cuatro puntos cardinales, se entra en contacto con los pilotos en lengua local o en un inglés que suena siempre distinto, se miran mapas de corredores aéreos y se analizan estados del clima, longitud de la visibilidad y, en muchos casos (es parte del oficio de quienes trabajan allí) se atienden emergencias y se crean estrategias inmediatas para que no haya un accidente. La sangre fría de los controladores (sujetos en horas pico a un gran estrés) se ha narrado en novelas y representado en películas. Incluso se ha poetizado en los libros de Antoine de Saint Exupéry. En esa torre de control, entonces, nada puede fallar. Lo saben en los hangares, en las zonas de carga y descargue, en las ventas de tiquetes y en las normas de las tripulaciones de los aviones. Así que esta torre llega gente especializada, pero a veces se meten otros y no ven lo que pasa allí sino lo que su prepotencia les indica. Cuestión de altímetro.

En la Tierra, la aviación es parte del aire y nos parecería extraño que de repente, en el cielo, no se vieran aviones. Pero (a pesar de la pandemia) cada tanto se oye el sonido de un avión que ha salido de un aeropuerto y busca otro. Si es muy grande, busca un aeropuerto internacional y, si es pequeño, uno interno. Y estos aviones pequeños (hasta de cien pasajeros) son los que más abundan en el mundo cubriendo todo tipo de vuelos: regionales, de emergencia, militares, de investigación. Aviones que cubren las rutas de zonas montañosas y selváticas, desérticas y heladas. Y a esos aviones los espera un aeropuerto interno y, ciudad que se respete, tiene uno.

En Berlín, hasta hace unos años, hubo dos aeropuertos internos funcionando (Tegel, Tempelhof) y uno pegado a la ciudad, que sigue funcionando, que es el de Schönefeld. En París está Orly y New York, La Guardia, que opera como aeropuerto doméstico, igual que El de la Costanera (el Aeroparque Jorge Newbery) en Buenos Aires. Y entre nosotros, el Matecaña de Pereira (que pertenece a la ciudad) y el Olaya Herrera que es el segundo aeropuerto con más movimiento en el país. Pero la idea es acabar con éste (miopía y codicia política) para generar más atraso en la ciudad. Cosa de locos.

Acotación: ningún aeropuerto interno es peligroso. Es peligroso violar las normas de construcción en los corredores aéreos, el mal mantenimiento de los aviones y las pistas, las sobrecargas, el pilotaje inadecuado etc. Pero si todo está en orden, el aeropuerto interno es una solución permanente y, en caso de emergencia, una suerte tenerlo. En el Puente Aéreo de Berlín en 1948, las zonas aliadas occidentales se salvaron a punta de Douglas DC3. Cada 5 minutos, un avión salvador

José Guillermo Ángel

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