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Columnistas | PUBLICADO EL 22 abril 2020

(Sin) La lengua de las mariposas

Por ana cristina restrepo j.redaccion@elcolombiano.com.co

“Profe, buen día. Le ofrezco una disculpa por enviarle el parcial a estas horas, se dañó el único computador que tengo, por el momento estoy usando uno que me prestaron pero es muy lento”. “Profe: mi abuela y yo somos uña y mugre, siempre lo hemos sido, es mi adoración y ha sido mi apoyo y ahora yo soy el de ella. Ayer me dieron una noticia sobre un episodio [de salud] que tuvo y no tengo cabeza para nada más”... “llevo cinco noches sin dormir”... “comparto computador con tres compañeros”... “¡se cayó internet!”... “no alcancé a prestar libros en ninguna biblioteca”... “Profe, te juro, ¡no pego el ojo!”.

Algo de La lengua de las mariposas —película de José Luis Cuerda, basada en el cuento de Manuel Rivas— ronda las clases del confinamiento. Don Gregorio, un viejo profesor rural en la España falangista, pasea en una arboleda con sus estudiantes para “detenerse” (¡ay, qué verbo!) en la primavera: en clase de Historia natural buscan “las arañas que inventaron el submarino”, “la lengua de las mariposas, enroscada como el muelle de un reloj”.

Sin saber el sino que le aguarda, don Gregorio pronuncia una máxima: “La libertad estimula el espíritu de los hombres fuertes”. Sus pupilos intentan distinguir entre el canto del Grillo Príncipe y del Grillo Rey, capturar el instante en que la finísima lengua de las mariposas llega al néctar.

Este es un gran momento para redimensionar la docencia y el periodismo, para reconfirmar mi papel de aprendiz entre los estudiantes —apenas contienen la risa ante mi torpeza informática, soy materialminfinito para memes—. Profesores que acaso nos reconocíamos en corredores universitarios, ahora remamos juntos para no perder el cauce. Siento admiración profunda por mis hijos, alumnos virtuales, y por sus maestros (algunos apenas balbucean el español, resisten lejos de sus familias) y sus peripecias para mantener los ánimos. No tengo cómo agradecer a mis colegas, a abogados y escritores, que han asistido a mis clases virtuales como invitados o han grabado videos caseros para que, al otro lado de la cámara, mis pupilos conserven la pasión por su carrera.

¿Cómo enseñar entre cuatro paredes un oficio que exige libertad? ¿Cómo aprender desde adentro una profesión que se alimenta esencialmente del afuera? ¿Cómo llegar al néctar sin la lengua de las mariposas?

Escribo desde las dificultades del aprendizaje no presencial obligado por circunstancias excepcionales, pero también desde los privilegios de la ciudad y la universidad privada, en un país donde la educación pública —cliché de discursos políticos— está lejos de ser un derecho, en medio de una cultura y un Estado que niegan a los maestros su lugar en la sociedad.

¿Y las zonas rurales, sin dispositivos ni buena señal? ¿Será posible que el bachillerato por radio y la primaria por televisión sean más que una memoria arcaica? ¿Estarían los canales privados dispuestos a unirse a los públicos en este compromiso histórico?

No hemos “perdido el año” como vaticinan los apocalípticos que desprecian la metamorfosis, lo que significa este desafío para la educación mundial.

Nunca la calificación cuantitativa ha sido justa, ahora menos: ¡bienvenida la evaluación cualitativa! Los números, infinitos, saben esperar.

Escribimos —a dos manos— los recuerdos de la pandemia de los niños y los jóvenes. Que quede el sabor del néctar, aunque por ahora, y solo a veces, parezca amargo .

Ana Cristina Restrepo Jiménez

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