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Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

¿Por esa boca toma leche? De líderes mal hablados

El insulto es una muestra de debilidad en quien se quedó sin argumentos, es agonía de la inteligencia, pobreza idiomática y el adiós a la compostura.

hace 5 horas
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  • ¿Por esa boca toma leche? De líderes mal hablados

Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

De niños, cuando se nos salía alguna grosería, nos reconvenían cuestionando la formación. Una persona bien formada, habla con prudencia y consideración dando cuenta de raciocinio ordenado y acciones mesuradas. En la política de hoy, poco se practica la buena oratoria, los políticos prefieren influenciar en medios de comunicación haciéndose notar a cualquier costo, con chabacanería - mal gusto-, siquiera estamos considerando desescalar el mal lenguaje. Con tanta riqueza idiomática y acuden a vocablos y groserías reduccionistas que dejan dudas en cuanto al intelecto de quienes las profieren. El ramplón hace reír a un auditorio empobrecido, áulicos dispuestos a aplaudir. El buen estilo siempre, para reconocer, sugerir y enseñar. La expresión verbal tiene a disposición recursos inteligentes-no rebuscados- como el símil, la metáfora, la paradoja y el epigrama. Juan de Iriarte (1702-1771) describió con genialidad la estructura de un epigrama, ejercicio gramatical y semántico que expresa reparos a un contradictor: “A la abeja semejante, para que cause placer, el epigrama ha de ser, pequeño, dulce y punzante”. Magistralidad, claridad y concreción en lo expresado.

El modo da cuenta de la cuna, no necesariamente de oro. No hay que ser expertos para percibirlo en las personas, agudizando los sentidos, advertimos el estilo del mal hablado para esquivarlo, no vaya a ser contagioso. Los buenos modos van de la mano de la ética y la estética, podemos responder agravios con modos inteligentes, sin ser tentados por la emotividad. El insulto menosprecia y burla al insultado, pretendiendo vulnerarlo con denominaciones caricaturescas, poniendo en duda capacidades o abolengo. Dos entresijos verbales memorables me llaman la atención, el que se dice casi míticamente del expresidente colombiano Marco Fidel Suarez (1855-1927) que capitalizaba el intento de insulto que le hacían por ser “hijo de lavandera”, condición que nunca controvirtió y que asumió con orgullo como muestra de superación. Agregaba, valiéndose de la homofonía, que también era “hijo de la bandera”, de Colombia. Por su parte, el agudo W. Churchill, interrumpido por una contradictora política que le dijo: “Sir Winston, si yo fuera su esposa, le daría veneno en el té”; respondió: “Señora, si usted fuera mi esposa, yo me tomaría ese veneno con placer”. Flemático y agudo, quizás menos educado en su respuesta, planteó parodia. Los buenos modos, en todo.

La simple frase de “¡vete a freír espárragos!”, por estos tiempos ya ni ofende. Adjetivos anacrónicos de caradura, tartufo, ruin, mequetrefe, zascandil o cornudo, fueron superados por los de riquitos, oligarcas, blanquitos, oposición o muñecas de mafia, proferidos a la ligera para irritar. El insulto es una muestra de debilidad en quien se quedó sin argumentos, es agonía de la inteligencia, pobreza idiomática y el adiós a la compostura. La calidad de la respuesta determina la calidad del hablante, el modo revela de qué comunidad somos y qué influjos tenemos. La respuesta a una necedad requiere de imaginación, sutileza y posiblemente de silencio para que incluso digan: “oiga, ¡qué bello insulta usted!”.

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