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Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

Alharaca de políticos y no políticos

Entre otras dimensiones humanas, la política está ávida de sobriedad, concreción y realidad.

hace 2 horas
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  • Alharaca de políticos y no políticos

Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co

En Colombia agigantamos casi cualquier cosa, no exagero: nos gusta hablar dando a entender elocuencia —no siempre igual a inteligencia—, muchos usan ropa que lanza destellos para ser notados, más adornados que propiamente estetas. Narramos un hecho poniéndole datos que no tenía originalmente y magnificamos escenas que eran simples, mutamos rápidamente un problema en “problemón”, manía por generar percepción de complejidad. Pensamos y actuamos con arabescos. La alharaca se define como una demostración ruidosa, la expresión exagerada de un acontecimiento que no amerita estruendo. Muchos colombianos frecuentamos la alharaca, nos dejamos enredar por los políticos que la practican y solemos hacer alharaca por casi todo. La expresión árabe al-haraka (movimiento), derivó rápidamente al español con el sentido negativo de aspaviento y exageración.

Me contaron la fábula en la que, a un anciano sabio, le hacían fila pidiéndole consejos, él, luego de que el consultante diera rienda suelta a su acontecimiento, respondía corto y preciso: “simplifica”. Era el mismo consejo para todos, salían desconcertados, unos interpretando con profundidad que quizás el suceso narrado era sobrellevable y otros desencantados y considerando que la respuesta lacónica no se compadecía con la circunstancia vivida. Ahí estaba la sabiduría del anciano, intentaba ilustrar con verdades irrefutables que todo tiene solución, que se hace lo que se tenga que hacer, que se prioriza sin lamentar. Un dato no menor del erudito, y que nadie sabía, era el de su absoluta sordera— no le hacía falta escuchar detalles para saber que sufrimos al complejizar. En síntesis, por específico y lleno de aristas que sea el problema, debe afrontarse sin aspaviento ni drama, simplificando - como decía el sabio. Se alharaquea para seducir cayendo en el ridículo-como los denominados outsiders en elecciones, usando lo grande y estruendoso como antesala de “oigan, ¡llegué yo!”. Muchos eventos sociales se hacen con alharaca y adorno y muchos ejercicios de país como la JEP, terminan siendo un embeleco lleno de alharaca que al fin no se compaginaron con la expectativa generada. La alharaca en la forma y en el fondo con que nos anuncian y percibimos las cosas y en las maneras y símbolos que usa quien quiere llamar la atención, como cuando se firmó el acuerdo de paz con un lapicero hechizo de una bala de fusil.

Entre otras dimensiones humanas, la política está ávida de sobriedad, concreción y realidad. Que el político anuncie el qué y el cómo simplificado, según lo sugería el viejo sabio y sordo de la fábula. Notable el líder que no engolosine su acto y propuesta, que no se desborde en espectáculo, que procure cambios culturales que incidan en la mentalidad complejizada, planteando soluciones específicas, sin exceso de emotividad, con más fondo que cascarón, sin realidad distorsionada, sin tecnicismos que descresten, sin alharaca. Nada como lo concreto que se hace estético, eso que una vez dicho o demostrado, deje la sensación de verdadero y memorable. Como Baltasar Gracián (1601-1658), anunciaba: “lo bueno si breve, dos veces bueno”.

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