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Enero es, a mi juicio y según mi sentir, un mes propicio para aprender a ser viejo, eso que tanto nos cuesta aceptar pero que irremediablemente llega.
Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
Ya a punto de acabarse el primer mes de este 2024, me tomo la libertad de ofrecer al lector, por si le sirve, esta oración del jubilado que suelo recitar desde hace ya tiempo al despedir el año viejo y abrir la esperanza al año que empieza. Porque enero es, a mi juicio y según mi sentir, un mes propicio para aprender a ser viejo, eso que tanto nos cuesta aceptar pero que irremediablemente llega.
Dice así: “Señor, enséñame a envejecer como cristiano. Convénceme de que no son injustos conmigo los que me quitan responsabilidad, los que ya no piden mi opinión, los que llaman a otro para que ocupe mi puesto. Quítame el orgullo de mi experiencia pasada y los sentimientos de sentirme indispensable. Pero ayúdame, Señor, para que siga siendo útil a los demás. Contribuyendo con mi alegría al entusiasmo de los que ahora tienen responsabilidades y aceptando mi salida de los campos de actividad, como acepto con naturalidad sencilla la puesta del sol. Finalmente te doy gracias, pues en esta hora tranquila caigo en cuenta de lo mucho que me has amado. Concédeme que mire con gratitud hacia el destino feliz que me tienes preparado. ¡Señor, enséñame a envejecer así!”.
Esta oración, que conservo manuscrita en el ya deshilachado cuaderno de bitácora de mis viejas lecturas, recuerdo haberla tomado de un libro del conocido escritor español José Luis Martín Descalzo (1930-1991), un cura español que era famoso en la segunda mitad del siglo XX y del que hoy tal vez ya no se acuerdan ni los mismos sacerdotes católicos de aquella época. Y mucho menos, por supuesto, las nuevas generaciones de clérigos y religiosos que, me temo, han olvidado ya esos tiempos del Concilio Vaticano II en el que Martín Descalzo se desempeñó como periodista. Si Dios nos da vida y salud, que es el otro gran ruego que los viejos tenemos que hacerle todos los días al Creador, hablaremos de este sacerdote español que fue excelente novelista y escritor. Lo leí mucho y fue guía de mis ensoñaciones juveniles de escritor.
Y ya que estamos rezando, permítaseme redondear este sobresalto de piedad y de inesperada devoción, por el que tal vez tendría que pedir perdón a mis lectores, con otra plegaria encontrada en mis amarillentos apuntes. Su autor es un escritor al que quiero mucho, autor de la obra “Utopía”, quien fue canciller de Inglaterra y a quien le cortó la cabeza el rey Enrique VIII. Hablo de Santo Tomás Moro (1478-1535), y reza así su oración:
“Señor, dame una buena digestión y, naturalmente, algo que digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla. Dame un alma sana, Señor, que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro, de modo que ante el pecado no me escandalice, sino que sepa encontrar el modo de remediarlo. Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los ronroneos, los suspiros ni los lamentos. Y no permitas que tome en serio esa cosa entrometida que se llama el yo. Dame, Señor, el sentido del humor. Dame al saber reír de un chiste para que sepa sacar un poco de alegría a la vida y pueda compartirla con los demás”. Bueno. Y amén, por supuesto.