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Que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra debería darnos alguna pista sobre la segunda oleada de coronavirus. Pero no se hagan cruces, porque hay una parte de farsa. Me explico. El Ministerio de Salud colombiano informó el pasado domingo de 8181 casos nuevos de Covid-19 hasta alcanzar los 248.976 contagios. Con esta cifra, Colombia supera a Italia, que llegó a ser la nación más afectada por la pandemia, y se coloca, según los recuentos oficiales, como el 14 país con más contagios a nivel mundial.
Los datos son preocupantes, pues se acumulan 256 fallecidos en las últimas 24 horas, lo que indica una aceleración en el ritmo de propagación de la enfermedad, pero conviene ponerlos en cuarentena. Primero, porque los afectados serán muchos más que los que se recogen en las estadísticas oficiales. Segundo, porque hay una buena pila de naciones que han dejado de contar contagiados o que los maquillan de tal forma que se oculta la realidad.
Resulta cuanto menos curioso que en España se hable ya de una segunda ola y que las autoridades británicas hayan decretado una cuarentena obligatoria a todos los viajeros que aterricen en Reino Unido provenientes de España cuando es aquí donde es obligatorio el uso de mascarillas hasta en lugares abiertos y sin alta densidad. Los brotes de Cataluña y Aragón se han extendido por la costa mediterránea, pero distan mucho de ser una segunda ola epidémica aunque haya quien tenga interés en que así sea.
Como les he ido contando, ando por Ayamonte, una bella localidad andaluza fronteriza con Portugal. A este lado de la linde, las playas están repletas de gente disciplinada que utiliza el tapabocas en todas partes, menos para bañarse y tomar el sol. Hasta haciendo ejercicio. No en vano, Huelva es una de las provincias españolas casi totalmente limpias del bicho. Al otro lado, en Portugal, donde no es obligatorio el uso de la mascarilla y, por tanto, nadie la lleva, los paisanos se te pegan como lapas sin ninguna medida de seguridad y la gente anda tan feliz, como si nada pasara.
Sin embargo, como todos sabemos, el virus no se ha ido ni se ha detenido en un control fronterizo. Anda campante por todas partes. En Alemania y Holanda, donde los registros están adulterados aunque no lo reconocerán jamás. En Francia, donde hasta bien entrado abril hacían caso omiso a lo ocurrido en Italia y España. No digamos en China y en el resto de dictaduras, como las caribeñas.
Y luego están, por supuesto, las autoridades británicas, comandadas por esa lumbrera llamada Boris Johnson, que pregonaba lo de la inmunidad de rebaño y casi la diña de la infección. Allí, donde no hay ni la mitad de restricciones que en España, se permiten darnos lecciones aunque sus propios compatriotas de vacaciones por estas tierras afirmen sentirse más seguros aquí que en su propio país.
Y es que, con esto del coronavirus ya ha empezado la batalla de la propaganda. La misma que endiñó a la gripe de 1918 el apelativo de “española” aunque la trajeran los soldados americanos a Reino Unido y Francia. No nos dejemos engañar de nuevo.