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Pensar con las piernas

Hoy, cuando mis alumnos me piden consejo para superar los suyos siempre les digo el mismo: caminar. Ahí está uno de los grandes misterios de la creación.

02 de marzo de 2025
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  • Pensar con las piernas

Por Sara Jaramillo Klinkert - redaccion@elcolombiano.com.co

Una vez tuve un profesor de filosofía que nos ponía de tarea salir a la deriva. «Y por deriva —decía— me refiero a una caminata sin un destino predeterminado en la que está prohibido gastar dinero, tener compañía, llevar el celular e imponerse una hora de llegada». Antes de las derivas yo me consideraba buena caminante, principalmente porque vivía en Madrid y lo que me sobraba en tiempo, me faltaba en amigos y en dinero. Aun así, las derivas se me antojaron un nivel superior de uso de las piernas y del tiempo de ocio. De repente, en vez de apretujarme en el centro e ir a donde todo el mundo iba, comencé a recorrer las periferias, los polígonos, los barrios que nadie mencionaba, tan marginales que ni los mismos madrileños conocían.

No demoré en comprender el punto de mi profesor: ir a la deriva es dejarse sorprender por las invitaciones del azar, salirse de la comodidad de lo conocido, entender que los lugares son mucho más complejos y diversos de lo que mencionan en lo paquetes turísticos y las guías de viaje. Yo antes de las derivas caminaba para transportarme o para salir a comprar algo. Hoy en día no recuerdo ni una sola de las compras que hice, pero sí recuerdo los barrios que conocí, las fachadas, los grafitis, los parques, los ancianos descansando en las bancas oxidadas de la calle, las mujeres despeinadas fumando y conversando de ventana a ventana con medio cuerpo afuera. Todavía recuerdo las conversaciones. Pero sobre todo, recuerdo los pensamientos que me suscitaban semejantes escenas porque ese es el principal beneficio de las derivas: incitarte a tener pensamientos originales. Al no ocupar la mente intentando llegar a un destino específico, al no tener que decidir las mejores rutas, ni tratar de recordar los ingredientes que faltan en la nevera, la mente, al igual que las piernas, queda en completa libertad. Creo que nunca antes había sido tan creativa como en esa época, cada vez que salía a caminar bajo las estrictas condiciones de mi profesor regresaba a casa con varias ideas de relatos o soluciones originales para mis problemas domésticos y escollos literarios. Hoy, cuando mis alumnos me piden consejo para superar los suyos siempre les digo el mismo: caminar. Ahí está uno de los grandes misterios de la creación. Por supuesto hay otros pero aquí no tengo espacio para revelarlos.

Roland Barthes decía que caminar era mitológicamente el gesto más humano. «Todo ensueño, toda imagen ideal, toda promoción social, suprime en primer lugar las piernas; ya sea mediante el retrato o el automóvil». Y henos aquí en estos tiempos modernos pegados de una pantalla, dejando que el algoritmo decida qué nos conviene, que IA aprenda por nosotros, que la automatización nos evite al máximo levantarnos de la silla. Henos aquí suprimiendo nuestro yo en movimiento que es lo que nos hace más pensantes y más humanos. Con razón estamos como estamos. Por eso hay que caminar más, caminar a la deriva, ojalá en medio de la naturaleza, caminar incluso en cuidades como las nuestras tan poco (o nada) amables con los peatones. Usar las piernas como acto subversivo en un mundo que nos quiere quietos, aletargados, sumisos y con el cerebro dormido.

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