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La conquista de lo inútil

Mi conclusión es que solo podemos conocernos a fondo cuando estamos en el borde. En ambientes controlados es sencillo elegir una máscara y actuar.

hace 15 horas
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  • La conquista de lo inútil

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Los que corren maratones, los que escalan montañas, los que ayunan varios días, los que atraviesan caminando el desierto, los que se lanzan al mar confiados únicamente en el viento y la vela. Todos ellos conquistan algo inútil que es, al mismo tiempo, demasiado valioso. Inútil como cruzar en barco una montaña en plena selva. Hace años vi una película sobre eso y me impresionó tanto que constantemente pienso en ella. Se llama Fitzcarraldo. Lo que no sabía es que su director, Werner Herzog, escribió un diario durante el rodaje que tiempo después publicó bajo el título: Conquista de lo inútil. Lo leí hace poco y descubrí que si la película es alucinante el diario es aún mejor. Delirante como solo puede serlo, internarse casi tres años en la selva, hacer navegar un barco por ella y sentarse cada noche bajo un bombillo atestado de insectos a relatarlo. ¿Para qué? «Para nada —escribió Herzog— O para mucho: para conquistar lo inútil».

Yo sí creo que el ser humano necesita, de vez en cuando, ese tipo de conquistas. Olvidarse por un momento de la comodidad y dejarse seducir por lo complejo. Creer en lo imposible. Imposible era ir a la luna y hemos ido seis veces. De flojos está lleno el mundo. Es más fácil quejarse; más fácil buscar excusas para no ponerse en acción; más fácil quedarse en el sofá que salir a conquistar algo, lo que sea, pero algo.

A veces pienso que demasiada comodidad reblandece el espíritu. Tener todo antes siquiera de llegar a necesitarlo nos vuelve blandos, perezosos y complacientes. Por eso, de vez en cuando, tengo la costumbre de tentar mis límites. Agradezco las dificultades porque son las que me impiden bajar la guardia. Llevo al extremo cosas que me interesan solo para saber de qué soy capaz. Una vez medité diez seguidos, otra leí sin parar durante un mes entero y una más me encerré dos años a escribir páginas que ni siquiera pensaba publicar. En el fondo eran cosas inútiles, podría haber seguido mi vida perfectamente sin ellas, pero al final terminaron siendo inmensas para mí. Ninguna de esas cosas cambiaría el mundo, pero sí cambiaría mi mundo y eso era mucho. Era demasiado. Lo expandiría, me ampliaría la visión de mí misma. Me mostraría de qué estaba hecha.

A veces duele retarse porque implica descubrir en nuestro interior enormes trazos de vulnerabilidad. Duele, porque implica asomarse a las zonas más oscuras con el fin de intentar iluminarlas. Mi conclusión es que solo podemos conocernos a fondo cuando estamos en el borde. En ambientes controlados es sencillo elegir una máscara y actuar. Es lo que hacemos a diario: somos actores de nuestra propia vida. Sin embargo, lo que nos hace humanos, me temo, se halla al margen del gran telón y del aplauso del público.

Cuando todo estaba a punto de naufragar, a Herzog le preguntaron si tendría la fuerza de seguir grabando. «Me hallaba profundamente asustado, pero dije que sí, de lo contrario, sería alguien que ya no tiene sueños y sin ellos no querría vivir». Definitivamente, lo que parece inútil es cualquier cosa, menos inútil. Por eso vale la pena pararse del sofá y, con miedo o sin miedo, salir a conquistar algo.

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