Pico y Placa Medellín
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Hablamos de filosofía, de física cuántica, de literatura, de hongos, de canguros. Contigo siempre había temas interesantes para hablar. Planeamos ir en Semana Santa a mi cabaña de la playa y ahora no podremos ir juntos.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Es un viernes de finales de enero. Debo ir a Jericó porque tengo varios compromisos con el Hay Festival. Antes de pararme de la cama reviso el teléfono y leo el mensaje: “No sé si sabes del fallecimiento de Santi Betancur”. Primero incredulidad. Me meto a todas tus redes y a las mías buscando la confirmación de la noticia. No encuentro nada. Luego negación: cómo vas a morirte si hace tan solo tres meses paseamos juntos, si compartimos casi todos los sábados del año porque mis talleres de escritura los dicto ese día en tu librería. Finalmente confirmación. Estás muerto de verdad. Hace veinticuatro horas estabas vivo y ahora estás muerto. Recuerdo a tu hija que debe tener la edad que yo tenía cuando mataron a mi papá. Y a tu gran compañera de vida que ahora deberá lidiar con tu fantasma. Miro las fotos que tomamos en el paseo que hicimos juntos y lloro. Sonríes en todas ellas. Te la pasaste analizando el trayecto del caudal y construyendo tótems con las piedras que cogías en la quebrada. Cuando nos hiciste el almuerzo recuerdo haber pensado que eras el único hombre del mundo capaz de usar una olla a presión. Hablamos de filosofía, de física cuántica, de literatura, de hongos, de canguros. Contigo siempre había temas interesantes para hablar. Planeamos ir en Semana Santa a mi cabaña de la playa y ahora no podremos ir juntos. Necesito oír tu voz así que busco los últimos mensajes de WhatsApp que me mandaste, pero me doy cuenta de que los he borrado y no podré volver a escucharla. Semejante vozarrón. Antes de que te cambiaras de carrera, cursamos juntos un par de semestres de periodismo y todos estábamos seguros de que ibas a ser locutor de radio.
Me preocupa la cantidad de compromisos que tengo en el festival, no sé cómo voy a conseguir ordenar mis pensamientos. No soy ingeniera, como tú. Mi cerebro no es tan esquemático. No tengo un doctorado. No le aplico el método científico a todo lo que se me atraviesa. Lo único en que nos parecemos es en andar persiguiendo quimeras como si fuéramos quijotes modernos y en devorar libros como si fueran a extinguirse. De momento me queda una sonrisa entrenada para ocultar las cosas tristes que me pasan.
En el evento literario modero un evento con Juan Gabriel Vásquez. Al final, una señora pide el micrófono y le pregunta por qué en su novela sobre Feliza Bursztyn dice que la escultora siempre andaba riéndose a carcajadas si a ella cuándo leyó el libro le pareció que Feliza era una mujer muy triste. No recuerdo la respuesta de Juan Gabriel, solo sé que agarro el micrófono, tomo aire y digo: una persona puede reír a carcajadas y estar triste, lo sé porque yo he sido usuaria de esa técnica. Lo que no cuento es que en ese momento específico la estoy usando, he estado riendo sin parar durante el fin de semana para evitar pensar en lo que ocurrió. Lo que ocurrió es que no estás, al menos no de la manera en que solía relacionarme contigo. No sé a dónde te fuiste y no me importa. Tengo experiencia en tratar con fantasmas.