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Algo tan sencillo como contratar una clase de una hora, por un monto irrisorio, se vuelve imposible si quien contrata es una universidad pública.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
La idea era dar una clase de una hora. Sencillo. Fácil. ¿Qué podía salir mal? Una clase como cualquier otra de las que vengo dando desde hace varios años en diversas extensiones, modalidades y husos horarios. Me han contratado demasiadas veces como para sospechar que algo pudiera salir mal. Y entonces llegó el mail y comprendí que estaba equivocada. Perdonarán mi ingenuidad, es que yo nunca había contratado con una universidad pública e ignoraba que dichas entidades tienen el don de hacer difícil lo fácil. Difícil es una palabra incorrecta, permítanme rectificar. La palabra correcta es imposible. Eso es. Algo tan sencillo como contratar una clase de una hora, por un monto irrisorio, se vuelve imposible si quien contrata es una universidad pública. Se necesita talento para enredar la pita de esa manera.
No tengo espacio para detallarles los diecisiete documentos que pidieron. Sólo diré que pretendían que sacara el pasado judicial y que fuera a un médico ocupacional para que certificara mi estado de salud. Vueltas ambas que me tomarían más tiempo del que me tomaría dar la clase. El diploma de bachiller me demoraría en buscarlo el resto de la vida. ¿Quién diablos tiene a mano el título de bachiller? He escrito cuatro novelas y no precisamente por haberme saltado el bachillerato. ¿Para qué piden diplomas? ¿Acaso los logros profesionales no cuentan? Conozco personas con doctorado incapaces de entender una metáfora ontológica y personas sin bachillerato con una sabiduría natural y una sensibilidad que no puede demostrarse con un diploma. El certificado bancario es fácil de sacar, pero ocurre que no todos los bancos les sirven y justo el mío estaba en la lista negra, entonces pretendían que abriera una cuenta en otro banco para recibir el pago. Si lo anterior no fuera tan traumático ni me hubiera ocurrido a mí, habría sido hasta chistoso.
Me quedé pensando que muchas entidades públicas terminan contratando, no a los profesionales que se sueñan contratar, sino a los que tienen aguante, tiempo y disposición a perder el tiempo cumpliendo requisitos tan ridículos. Se supone que ayudan a evitar la corrupción, aunque para nadie es un secreto que, en la mayoría de las entidades públicas, eso es lo que abunda.
Uno de los grandes enigmas de la vida; más grande que la razón por la cual el Diablo rojo para destaquear cañerías es azul o que la palabra ermitaño no inicie con h; más grande que el motivo por el cual el pasaporte se vence (como si la identidad pudiera vencerse); más grande que la razón por la cual los alcaravanes ponen sus huevos en el suelo, es saber por qué los que roban billones logran saltarse los requisitos que a mí me hicieron desistir de dar una simple clase, de una simple hora, por la que iba a cobrar una simple cifra. De verdad para mí es un gran misterio. Supongo que ser corrupto es un oficio que requiere mayor destreza que ser profesor y por eso los corruptos consiguen evadir fácilmente las taras que a los profesores nos atajan. Por supuesto decliné la oferta porque, al igual que Bukowski, yo tampoco tengo tiempo para cosas que no tienen alma.