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Al menos una tercera parte de los niños en edad escolar de todo el mundo —463 millones— no pudo acceder al aprendizaje remoto durante el cierre de las escuelas.
Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com
Hace poco leí en un informe del Banco Mundial, un estudio que estimó la pérdida de aprendizajes como efecto de la pandemia de COVID-19 en 17 países de la región. El informe indicaba que “para estudiantes cuyos padres completaron al menos la educación secundaria, la pérdida de aprendizajes sería de alrededor de 10%. Para aquellos cuyos padres cuentan con menor nivel educativo la pérdida sería de alrededor de 60%. Además, según el estudio, para este último grupo, la tasa de terminación de secundaria alta podría disminuir en un 20% afectando la movilidad educativa y social.”
El regreso a lo que en algún momento llamamos “nueva normalidad” fue confuso para todos, estábamos incómodos y acostumbrados a una comunicación virtual que alteró sutilmente nuestras habilidades sociales. Los estudiantes regresaron a sus colegios y apenas pasados dos años empezamos a notar las consecuencias de ese tiempo de encierro que vivimos todos.
En muchos países niños y jóvenes sufrieron pérdidas de aprendizaje. No hay buenos datos todavía, pero no había buena calidad en la educación virtual de las instituciones públicas, muchas no tenían siquiera la garantía de la conectividad (al menos una tercera parte de los niños en edad escolar de todo el mundo —463 millones— no pudo acceder al aprendizaje remoto durante el cierre de las escuelas) y mientras el tiempo pasaba, había una suerte de “desaprendizaje” silencioso en los niños y jóvenes que tiene un impacto directo en sus ingresos a lo largo de la vida y se desencadena finalmente en mayor desigualdad.
Hace un par de semanas y en mi trabajo como Jefe de Filantropía en EAFIT, tuvimos un desayuno con familias de estudiantes becados (son más de 2 000 actualmente en la universidad). Al final, una mamá levantó la mano y nos narró un momento de la pandemia en el que su hijo ya no quería estudiar más, la educación virtual no lo motivaba, lo veían desanimado y sin sueños, “si no hubiéramos sido juiciosos con el estudio en la casa, el hubiera perdido el interés por todo”, sentenció la madre.
¿Cómo nos cambia la conversación? ¿Cómo nos mueve el estudio, la lectura, el aprendizaje? ¿Hacia dónde nos lleva?
De todas esas herencias de esa época de quietud y de miedo, las más graves son las que suspendieron procesos de aprendizaje en jóvenes y en niños. No es un capricho, sin la educación será muy difícil cumplir con esos objetivos de desarrollo sostenible que priorizó la agenda 2030 de Naciones Unidas.
En el último informe de la CAF las conclusiones resaltan la poca movilidad social en América Latina, por ejemplo. El término “movilidad social” se refiere a los desplazamientos que podrían hacer personas dentro de diferentes sistemas socioeconómicos y resulta útil porque en mediciones en Estados Unidos sobre todo, se ha convertido en un indicador para entender lo que aquí llamamos “burbuja social”.
¿Qué tan blindada es? ¿Qué tan difícil es salir de los círculos de pobreza? ¿Cómo empezar a empujar todos hacia el mismo lado para lograr disminuir esas diferencias con mayores oportunidades?
Empecemos por hacernos las preguntas.