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8 y 2
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Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Crecí viendo a la mamá hablar con las orquídeas, así que no es raro que yo también le hable a mis plantas. Hace dos siglos Darwin intuía que dicha comunicación era posible y por eso hacía que su hijo tocara el fagot a plantas recién sembradas con el fin de mostrar el vínculo entre el crecimiento y la vibración. Desde los setentas se han hecho estudios más concluyentes, muchos de los cuales sugieren que cierta frecuencia de sonido aumenta la productividad en hortalizas. Parece que es mejor cantarles, sin embargo, yo les converso pues canto tan mal que no me atrevo a hacerlo ni en la ducha.
No solo hablo con las plantas, también lo hago con Kafka. Antes de que crean que tengo el poder de contactar con espíritus de escritores muertos, he de aclarar que Kafka es mi gato. Hay que ver la atención con la que me escucha, mirándome con esos ojos amarillos que parecen planetas lejanos. A veces, cuando estoy triste se enrosca sobre mi pecho y ronronea. Es sorprendente que un gato perciba mi tristeza y haga algo por calmarla cuando la mayoría de seres humanos que me rodean no llegan siquiera a notarla. El que diga que no es posible comunicarse con los animales ciertamente jamás ha tenido uno.
Creerán que hablo con Kafka porque es un gato doméstico al que le tengo confianza, pero la verdad, es que hablo con todos los animales con los que me cruzo. A veces, incluso, peco de desleal pues le digo a las tórtolas del balcón que se vayan, que corren peligro con ese gato negro con nombre de escritor que no se deja cortar las uñas y las asecha escondido tras el sillón de la sala. Ellas me hacen caso y se van volando. O si no, yo misma las espanto y me quedo engarzada conmigo misma en unos monólogos sobre la importancia del autocuidado y la huida como solución a ciertos problemas. Creo firmemente que, la mayoría de las veces, hablamos con animales y plantas para suplir la necesidad de hablar con nosotros mismos, para expresar aquellas cosas que no somos capaces de decirnos. En su novela Soy un gato, Natsume Soseki aprovechó para camuflar su opinión sobre los hombres dándole voz a un gato sin nombre: «No hay nada más difícil que intentar comprender lo que pasa por la mente de los seres humanos (...) he de decir que cuanto más los observo más obligado me siento a constatar su egoísmo». Lo mismo hizo Virgina Wolf con Flush y Paul Auster con Mister Bones. Ambos expresaron pensamientos propios a través de personajes caninos.
Hace poco vi la película El triángulo de la Tristeza. Pese a sus tres nominaciones al Oscar sigo sin estar segura si me gustó o no, lo único que sé es que hace un retrato impresionante de las diferencias de clase y de lo patéticos que somos los seres humanos. Apenas la terminé recuerdo que miré Kafka a los ojos y le dije con gran convencimiento: Qué suerte que no eres humano. Él me devolvió la mirada, bostezó y, acto seguido, se enroscó con el fin de seguir durmiendo. .