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Pinturitas que se desdibujan hasta desaparecer

No se puede bajar la guardia. Aquí no hay un martirizado ni un incomprendido que fue sacrificado por hordas insensibles, como quisiera hacernos creer.

03 de octubre de 2023
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Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com

“Tanto va el agua al cántaro hasta que se rompe”. Quintero renunció. Tres meses antes de terminar el período por el cual fue elegido dejó de ser el Alcalde de Medellín en una clara demostración de su poca seriedad y en un acto irresponsable con la institucionalidad.

Su renuncia es un respiro para una ciudad agobiada por su mala administración pública. Miremos el asunto desde esta perspectiva: esto es lo más justo con Medellín. El hombre se va como el alcalde con menor índice de aceptación por parte de la gente. Eso ya es muy diciente en un lugar donde históricamente sus mandatarios han tenido buena acogida.

“Cría cuervos y échate a dormir”, otro refrán que le cae como anillo al dedo. La clase de personaje que Quintero ha demostrado ser es inaguantable, más cuando sumió a la ciudad en un deterioro generalizado. Se va como el mandatario más investigado por los entes de control, se va como el instaurador de un oscuro tinglado de cooptación de las entidades públicas, se va como un mandatario que fue suspendido por hacer política buscando sesgar la libertad de elección de los ciudadanos, se va como un alcalde envuelto en un aura de corrupción y de entramados perversos disimulados con narrativas polarizadoras donde los favorecidos son contratistas, políticos y, por supuesto, su familia y círculo cercano.

¿Consecuencias? Todas. Medellín es hoy por hoy una ciudad donde sus habitantes a fuerza de la narrativa populista del quinterismo sufren un ambiente de desconfianza y polarización. Entonces, ya es mucha gracia que no figure más como alcalde y que no dirija más la ciudad. Eso debe tener una carga simbólica relevante para todos. Quintero es lo que no debe pasar de nuevo.

Pero no se puede bajar la guardia. Aquí no hay un martirizado ni un incomprendido que fue sacrificado por hordas insensibles, como quisiera hacernos creer. Sin embargo, es probable que en él no existan encrucijadas morales.

Vuelvo y digo, no bajar la guardia, no bajar la guardia y no bajar la guardia. Ese tiene que ser el mantra. Hablando en términos progresistas se sienten las ganas que tienen de correr la línea ética. El día de su renuncia, como si fuera un capo, se montó a la plaza pública a hacer uso de una verborrea incomprensible, tratando de darle importancia a sus candidatos. No dijo nada importante, solo arengas incendiarias copiadas del manual populista: siembra miedo, crea un enemigo y no te canses de repetir su nombre para que crezca el terror. “No puedo quedarme con los brazos cruzados”, dijo Quintero. La pregunta es: ¿Brazos cruzados frente a qué? ¿Frente al desastre que dejó?

Habrá que tener cuidado, porque Medellín necesita de nosotros. Rescatemos lo público para que vivamos tranquilos. Al final, pensemos esto. En el lienzo de la política los grandes nombres se escriben con pinturas indelebles. Otros simplemente son pinturitas que se desdibujan hasta desaparecer.

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