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Columnistas | PUBLICADO EL 31 octubre 2022

Pero que los hay, los hay

Caserones abandonados , castillos como el de Marroquín en las afueras bogotanas, tumbas como la de Escobar, han sido escenarios de presencias inexplicables que sobrecogen a visitantes propios o extraños.

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

Por aquí en el campo quindiano, los relatos de guaquería siguen volando por el paisaje y el canto del currucutú anuncia el retorno de los misterios de la media noche. Hablar de brujas y espantos todavía es asunto de conversación familiar agradable. La tradición oral está colmada de leyendas que espeluznan. Íncubos y súcubos, seres espectrales, sombras en movimiento que alertan y ponen a ladrar a mi amigo Cipión y a los perros del vecindario, distraen la rutina en estos predios de la montaña. La vigencia del tema se remarca al llegar cada 31 de octubre, llámese Halloween o Noche de las brujas o como quiera decirse.

En este país y no sólo en los territorios rurales ha habido siempre una mixtura entre la realidad y la magia. Realismo mágico, se le denomina en la literatura. Pero es parte de la vida, oculta y latente. Al periodista y antropólogo Esteban Cruz Niño acabo de conocerlo sólo por El libro negro de la brujería en Colombia, obra publicada por Ediciones B. El autor combina la investigación periodística y las versiones de fuentes muy diversas para sostener que la brujería ha cruzado todas las esferas de la sociedad. Él ha entrevistado a personajes de importancia y a individuos que representan la cultura popular. Recuerda cuentos o historietas o narraciones creíbles de los entornos urbano y campesino. Este es un libro que entretiene e ilustra sobre fenómenos inevitables en coloquios y charlas de amigos, como también en cuentos y novelas y en el cine.

Hay momentos de la lectura en que uno puede sentirse embrujado por libros viejos y deliciosos como las Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá, de Cordovez Moure y el caso de la mujer emparedada, o Historia del teatro de Medellín y vejeces, de Eladio Gónima y la descripción asustadora del espanto del Sombrerón, que recorría al filo de la media noche las callejuelas principales de la Villa de la Candelaria. La brujería llegó, quien sabe cuántas veces, hasta al mismo Palacio de Nariño, cuando el entonces presidente Samper se intrigó con los hechos sobrecogedores que ocurrían en la sede gubernamental, en los que se involucró a la famosa Monita Retrechera.

Caserones abandonados (el viernes se escribió en EL COLOMBIANO sobre uno que hay en el centro), castillos como el de Marroquín en las afueras bogotanas, tumbas como la de Escobar, han sido escenarios de presencias inexplicables que sobrecogen a visitantes propios o extraños y motivan a escritores y guionistas a producir series llamadas a cautivar audiencias asombradizas. Intuyo que el célebre y locuaz político y comunicador Gustavo Bolívar incluirá elementos de ese género en el trabajo creativo que lo forzó a retirarse del Senado.

Capítulo muy aparte, claro, para la macabra brujería criminal.

Sean verdades o invenciones, alucinaciones o jugarretas de la imaginación, las narraciones del libro citado y otros por el estilo inducen la misma conclusión: No hay brujas ni espantos, pero que los hay, los hay

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