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Pequeñas historias (15)

En esta ciudad donde el verde está en peligro de extinción, lamento recordar que había una vez un bosque al frente del edificio y una constructora lo taló.

22 de diciembre de 2023
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  • Pequeñas historias (15)

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Como suelo hacerlo en las vacaciones, en el receso de mitad de año o diciembre, comparto un par de historia que surgen Desde el cuarto:

Había un bosque

Al frente del edificio había un bosque y en la mitad de los árboles espesos, y ya innombrables, una casa campesina, de tejas de barro, zócalo rojo y muros donde podrían caber holgadamente dos cuerpos enterrados de pie, uno detrás del otro. Según decían por ahí, nunca se vendería ese terreno, supuestamente al municipio le interesaba ese pulmón. En aquel entonces no se hablaba con énfasis de calentamiento global, de pico y placa, y de esas nubes densas de polución que hoy alarman un poquito más, no mucho, la verdad. El desarrollo inmobiliario descarado, milimétrico, apenas era una promesa muy discreta, pero ya sacaba las uñas y su provecho.

El bosque permitió durante años una frescura que se agradecía todo el tiempo. Por las noches salían del bosque las zarigüeyas y los búhos, alguna culebra del tamaño de un cordón y sapos que asustaban a los enamorados, una dicha que simulaba muy bien un paraíso, que no es otra cosa que tener a medio paso un bosque cerca. Hasta que un día apareció el temido letrero amarillo de la curaduría autorizando la construcción de una ciudadela con el nombre de uno de los árboles que en poco tiempo sería talado. Nadie protestó ni por el costo de los apartamentos que prometían estar cerca de todo, en un exclusivo sector de la ciudad, ni por las especies visibles e invisibles que tendrían que dejar su bosque. Ahora, al frente del edificio no hay bosque, hay cinco torres anchas de veinte pisos que no dejan ver las montañas de antes. En esta ciudad donde el verde está en peligro de extinción, lamento recordar que había una vez un bosque al frente del edificio y una constructora lo taló.

Niñas que cantan

Las niñas del tercer piso quieren ser cantantes. Ensayan todos los días de 8:30 a 9 de la noche. Se maquillan, usan toallas como turbantes o pelos raros, camisas anchas del hermano, tacones de la madre, se maquillan por un camino que transita las influencias pop y el reguetón. Luego corren el velo de la sala y la música suena de fondo. La coreografía es imperfecta, a pesar de que día a día ensayan, pero eso no les importa, se ríen a carcajadas, gritan, se inventan lo que no saben de las diversas canciones, le rinden pleitesía a la espontaneidad. Las niñas que cantan no saben que tienen público, solo son felices antes de acostarse. A las 9 en punto, la madre les aplaude y se van al camerino de su cuarto. El barrio queda en silencio, pero en más de una ocasión me he visto tarareando canciones que nunca pongo. Ojalá nunca quieran ser famosas para que sigan siendo ellas, con ese talento.

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