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Para qué cumplir años

Cada vez reduzco más la cantidad de personas que quiero, pero a esas pocas personas que quiero, las quiero cada vez más. Tengo alrededor de cien plantas. Cuadro las fechas de los paseos de acuerdo con los días en que hay que regarlas. Elijo bien mis batallas.

09 de julio de 2023
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  • Para qué cumplir años

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Para levantarme después de las ocho y confesar, sin pena, que nunca he visto un partido de fútbol, que abandoné La broma infinita y que no sé de qué trata Star Wars. No escribo a mano porque no entiendo mi propia letra.

He escrito tres novelas tecleando sólo con dos dedos, lo cual, técnicamente, me convierte en una escritora que no sabe escribir. De niña me mantenía descalza, hoy me pongo zapatos hasta para levantarme por la noche al baño. Calzo cuarenta, pero ya superé el complejo de pie grande. Odio los borrachos, por eso, no tomo trago.

Odiaría odiarme. Soy zurda. Confundo la izquierda y la derecha; agosto y octubre; before y after; her y him; cuchillo y tenedor. No sé ni dónde estoy parada. Sumo con los dedos, nunca me dan las cuentas. Siempre me pinto las uñas de rojo para evitar arrancarme los cueritos, pero aun así me los sigo arrancando. Normalmente a las siete de la noche ya estoy acostada la cama diciendo: qué dicha no estar en la calle.

Cada vez reduzco más la cantidad de personas que quiero, pero a esas pocas personas que quiero, las quiero cada vez más. Tengo alrededor de cien plantas. Cuadro las fechas de los paseos de acuerdo con los días en que hay que regarlas. Elijo bien mis batallas.

No discuto con idiotas, en especial, con los que tienen mala ortografía, usan seudónimo y carecen de argumentos. A menudo, encuentro algo mejor que hacer, por ejemplo, regar las plantas. O sacar a pasear al perro, aunque haya que recogerle la mierda. Soy capaz de decir no. Soy capaz de decir sí. Soy capaz de decir no sé. Soy capaz de decir me equivoqué. Medito, escribo y hago yoga todos los días. Duermo siempre con las cortinas arriba y las ventanas abiertas. Las guadañas, las sierras eléctricas y los vecinos que ponen la música duro me generan ideas asesinas que, por fortuna, no llegaré a ejecutar. O al menos eso espero. No quiero perder mi libertad.

Corro muy rápido. Abrazo muy despacio. Hablo durísimo. Adoro estar sola. Volteo a mirar cuando me dicen señora. Y sonrío. Estoy aceptando mi señoridad.

Todavía soy capaz de hacer un salto mortal y de pasarme una piscina olímpica debajo del agua. Si no hay aguacate no hay almuerzo. Si no hay Coca-Cola, tampoco. Adoro los caballos y odio las cabalgatas. Mi único dios es el sol: me tumbo horas sobre la arena de la playa a adorarlo.

Estoy reconciliada con mi terquedad: una vez medité diez días seguidos. Otra vez caminé cinco días seguidos con los tenis mojados buscando una ciudad perdida. Otra más me aislé para escribir durante un mes entero, sin tener contacto con nadie. No veo televisión hace ocho años. Me baño con agua fría. No oigo música. Escribo acostada.

Jamás he hecho una siesta. Uso cremas antiarrugas que no me sirven para nada. El viernes cumplí cuarenta y cuatro años. Me ubico en la mediana edad, es decir, muy joven para considerarme vieja y muy vieja para considerarme joven. No creo en horóscopos, adivinos ni tarots. Ignoro mi ascendente. Nací a las siete de la noche, del mes siete, del día siete. Lo bueno fue que no tuve que pensar mucho para elegir mi número de la suerte.

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