Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Argentina, pionera y ejemplo en la defensa de los derechos fundamentales se enfrenta ahora a la posibilidad de tener un presidente que considera que la “justicia social es una aberración.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
El sorprendente triunfo en las primarias argentinas del ultra derechista Javier Milei –del que ya hemos hablado un par de veces en esta columna- representa un nuevo episodio del cansancio ciudadano con el estado de las cosas. Una radiografía de la crisis democrática liberal con partidos políticos en colapso y payasos irresponsables en ascenso. Y aunque rápidamente, como factor generalizador, se compara a lo ocurrido en el sur con las furias que desencadenaron el Brexit, a Trump o a Bolsonaro, el fenómeno Milei dibuja características particulares de forma y fondo.
Aunque los expresidentes de EE.UU y Brasil se presentaron como quiebres con la tradición partidista tuvieron un soporte en ella e impulsaron su ascenso en su histórica maquinaria. El argentino, por el contrario, violento contra cualquier viejo partido ascendió como independiente y sin grandes redes nacionales logró un 30 por ciento de los votos. Nadie, hasta el domingo 11 de agosto, pensaba que en la Argentina de la grieta entre peronismo y macrismo una tercera vía podía lograr el primer puesto. Sin embargo, con una inflación que supera el 110% interanual, una pobreza mayor al 40% y la inseguridad en aumento, el grito libertario que promete dinamitar el Estado triunfó en las urnas.
El golpe se sintió con fuerza. Argentina, pionera y ejemplo en la defensa de los derechos fundamentales, orgullosa de su lucha contra la dictadura y su recomposición en democracia y del enorme trabajo para la memoria y la no repetición del horror, se enfrenta ahora a la posibilidad de tener un presidente que considera que la “justicia social es una aberración”.
Menos de 12 horas después de los resultados electorales Milei empezó a recorrer medios de comunicación para insistir en sus delirios y aceleró en su radicalidad ahora envalentonado por el apoyo masivo. Prometió eliminar 11 ministerios, incluidos los de Salud, Educación y Trabajo; insistió en fulminar al reconocido Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) -pues según él nada le aportan los científicos al país-; recordó que quemará el Banco Central y remarcó su plan de acabar con el peso y dolarizar la economía.
En una nación acostumbrada a tomar las calles ante lo que consideran injusto, el ambiente se caldea cada vez que el candidato insiste en alguna de sus propuestas. Por otro lado, sus votantes están convencidos de que llegó la hora de arrasar la tierra y empezar de nuevo. Pase lo que pase —dicen— no se vivirá peor de lo que se vive ahora.
El gobierno peronista y la oposición macrista intentan asimilar el golpe. Están inmóviles con sus cuerpos de mastodonte ante un personaje ágil que suma en la confusión. A dos meses para la primera vuelta cada fuerza política mueve sus fichas. Los que quieren frenar a Milei insisten en que hay que actuar ya. No se puede perder de vista que, si las elecciones fueran hoy, el loco estaría entrando a la Casa Rosada.