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Querido Gabriel,
“Se nos juntó todo”, decía mi mamá en los días más duros. Ese podría ser el resumen de nuestras últimas semanas. Por un lado, la muerte violenta e inadmisible de decenas de jóvenes por disparos de la Policía en hechos que están siendo investigados, alrededor de 400 fallecimientos por día en el tercer pico del covid-19, las cifras de pobreza, las imágenes de vandalismo. Pero no todo es horror, miles de personas marcharon por las oportunidades, la paz, el medio ambiente, la educación y la inclusión. Lo hicieron, la inmensa mayoría, en calma, con música, baile y arte, ejerciendo limpiamente sus derechos democráticos. El Gobierno por fin respondió a estas expresiones y retiró su reforma tributaria, la gota que rebosó el vaso. ¿No has sentido miedo, angustia e impotencia? A mí me duele Colombia, se me ahogan los ojos al vernos así. ¿De qué más podemos hablar ahora? Conversemos de nuestros abismos, recordemos nuestros desafíos e imaginemos caminos posibles. Decantemos esto que estamos viviendo, hagamos una pausa.
Primero hablemos de cuidar la vida. La Policía debe mirarse al espejo, su función es cuidarnos absolutamente a todos, sin titubear. Deben protegernos del delito dentro de la ley y los derechos humanos. No podemos seguir criminalizando a los jóvenes para excusar asesinatos. Tampoco es suficiente dejarlo en “hechos aislados que se van a investigar”. A Andrés Aguirre le escuché que el poderoso, y nadie tiene más poder que un hombre uniformado con un arma de fuego, debe ser doblemente compasivo, paciente y respetuoso. Por eso duelen, además, las palabras de algunos líderes justificando, ignorando o minimizando la tragedia. El dolor no se sana solo con empatía, pero sin empatía se exacerba, se ensaña, se profundiza.
Siempre hablamos de progreso, porque somos posibilistas. Pero reconozcamos que hay también razones materiales y simbólicas, acumuladas por décadas, para protestar: desigualdad, pobreza, el camino perdido de los acuerdos de paz y las promesas anticorrupción, exclusión, violencia verbal y física. Debemos aceptar, con humildad, que hay grandes brechas y nuestros avances son moderados, vamos lento frente a un país que aspira, con justicia, a mucho más. La crítica es necesaria porque, como dijo Churchill, actúa como el dolor en el cuerpo, evidencia el desarrollo de un estado de cosas poco sano. Es tiempo para oír las voces del país y hacerles caso.
Todo esto sucede, además, en una Colombia cansada y empobrecida por la pandemia. Nuestras emociones están bajas luego de quince meses de cierres, enfermedad y desempleo. Nos dominan los sentimientos de vergüenza, culpa, apatía, miedo, duelo y enojo. Gabriel Mesa me explicó el concepto psiquiátrico del “acontecimiento vital”. Ese estado de consciencia en el cual, frente a sucesos que ocurren contra nuestra voluntad y ponen en riesgo nuestra integridad física o emocional, la amígdala se activa y pasamos a modo lucha, huida o parálisis. Estamos enfermos de la mente y del alma, estamos sensibles, gastados. Por eso necesitamos ejercer la compasión masivamente, empezando por los líderes y los privilegiados, para evitar que la violencia se escale y se extienda.
Mientras unos defienden las instituciones y el pasado a rajatabla y otros parecen querer destruir lo construido, pongámonos del lado de los jóvenes. Hablemos de futuro, de reformas, de propuestas. Andrés Casas propone que ellos son nuestros maestros y su agenda debe ser la de todos: “el cambio incremental orientado por los valores que nuestros jóvenes tienen es el mejor chance que tenemos como sociedad”. Hagamos la catarsis, es necesaria. Atravesemos la niebla, abracemos el duelo y sentémonos a dialogar. La única manera sana de mejorar una democracia, ese “modelo de convivencia” del que habló Humberto Maturana (q.e.p.d), es desde la democracia misma
* Director de Comfama
** Esta es la versión actualizada a las 12:20 del mediodía de hoy, de la columna publicada originalmente.