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Como lo recordamos hace algunos meses, el término oclocracia se atribuye al historiador griego Polibio, quien lo utilizó por primera vez en el año 200 a. C. en su obra Historias. Él partió de los modelos políticos aristotélicos y sus tendencias a la degradación para describir distintas formas negativas de gobierno. Del mismo modo que la monarquía puede degenerar en tiranía o la aristocracia en oligarquía, la oclocracia o gobierno de la muchedumbre (poder de la turba en griego) es una de las formas de degeneración de la democracia. La oclocracia se caracteriza porque parte de una muchedumbre que, a la hora de abordar los temas políticos, presenta una voluntad viciada, confundida e irracional, y que, por consiguiente, no tiene las características para ser considerada como pueblo
En la época actual, en el siglo de los medios de comunicación masiva, del despotismo de las redes sociales, del gregarismo entre sectores sociales que se consideran sabedores de la verdad sin demostración ni asidero alguno, la oclocracia no solo aparece con fuerza en el espectro político, sino que se la presenta como la máxima expresión de la democracia.
El error conceptual consiste en confundir calidad con cantidad. La masa ciudadana, mientras más amorfa e irracional, más numerosa y fácil de aglutinar mediante mensajes sin sentido, carentes de veracidad, pero maquillados de verdad. Todas estas circunstancias le agregan una nueva nota a la oclocracia: Su irracionalidad emocional. El mensaje no analizado, la opinión sin estructura alguna son el punto de partida de la oclocracia. Lo emocional aparece primando, las realidades se distorsionan y las decisiones se toman sobre la base de una emoción cada vez más ciega, cada vez menos racional.
El problema es que, frente a la turba, el mensaje irracional es prácticamente imposible de corregir, así sus impulsores finalmente concuerden en el error y la equivocación. Los casos en la política moderna no son pocos. Entre los más recientes, vale mencionar el Brexit. Los ingleses, arropados por la emoción de la oclocracia, deciden por un impulso inconsciente que su mejor opción es separarse de la Unión Europea. De forma tardía se dan cuenta de los efectos negativos de su decisión. Racionalizan lo emocional, pero ya es demasiado tarde; la opción de retiro ha sido tomada por una mayoría irracionalmente motivada, cuya decisión es prácticamente imposible de revertir de manera racional.
Los chilenos, en medio de la euforia que genera el mensaje abstracto de cambio, que pasionalmente no se sabe de qué, ni de quién, deciden optar por la elección de un gobierno de izquierda. Cuando este decide promover una nueva Constitución, también de izquierda, que remueva los cimientos institucionales de un país, ejemplo de desarrollo, progreso y estabilidad, gran parte de la ciudadanía recupera la razón, se da cuenta de que la aventura terminó y quiere rechazar el proyecto presentado por el ejecutivo.
Lo expuesto enseña que las decisiones adoptadas en medio de la euforia irracional pueden tener un precio muy alto para la estabilidad de la sociedad