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Columnistas | PUBLICADO EL 05 octubre 2022

Obra de todos

Seguir pensando que los problemas de la pobreza dependen de otros es seguir creyéndose víctima, lo cual termina en que se toman decisiones incorrectas y se asignan responsabilidades donde no están.

Muchas veces los países en vías de desarrollo se refieren a la pobreza como si fuera una variable exógena, impuesta desde afuera, una condición dada. Y Colombia no es una excepción. Sin embargo, la pobreza —y su superación— es casi totalmente endógena. Por supuesto que hay factores externos que la afectan —recesiones mundiales, falta de comercio, guerras como la de Ucrania y Rusia, por ejemplo—, pero los problemas de la pobreza, y sus soluciones, están es en las manos de las gentes del país.

Sin embargo, diagnosticarla y, mas aún, ejecutar las acciones necesarias para superar los síntomas que generan trampas de pobreza cuasipermanentes es difícil. Por múltiples motivos: porque se requiere el concurso y la coordinación del gobierno, la sociedad civil, el sector privado. Depende de la calidad de la política pública, de un sistema tributario progresivo y redistributivo, con subsidios focalizados donde realmente se necesitan. Requiere, por sobre todas las cosas, de un sistema de justicia eficaz y efectivo, donde la impunidad sea la excepción y no la regla.

También depende de un sistema de salud robusto y financiado, de un verdadero Estado de bienestar, de un sector privado pujante y con incentivos adecuados para la inversión y el empleo. De un sistema educativo que no esté capturado por la mediocridad, y de inversión en bienes públicos como infraestructura de transporte, educativa y de salud.

Seguir pensando que los problemas de la pobreza dependen de otros es seguir creyéndose víctima, lo cual termina en que se toman decisiones incorrectas, en asignar responsabilidades donde no están, en dividir a la sociedad entre “unos” y “otros”. En esperar la solución “desde afuera”, cuando lo que se requiere es el concurso de todos, y en particular de un gobierno y de unas élites que remen para el mismo lado, el del desarrollo y la prosperidad de todos.

Pero la receta para esto definitivamente no es la que parece estar proponiendo este gobierno. Una reforma tributaria que puede terminar siendo excesiva para los que producen, en lugar de preocuparse por insertar la economía informal en la formalidad y por distribuir de manera progresiva los recursos tributarios con los que se cuenta, con un sistema de subsidios correctamente asignados; una supuesta reforma a la salud —que aún no han presentado— que podría tener como consecuencia la desprotección de millones de colombianos; una reforma pensional que no hay cómo pagar, por la enormidad de los subsidios que representa, subsidios que, sin duda, irían a las pensiones mas altas —una claudicación a grupos de interés que terminarán por distribuir las pocas rentas que hoy tiene Colombia entre los mismos de siempre—; el asomo de una reforma laboral desastrosa para el empleo, complementada con lo que, se percibe, será un aumento del salario mínimo que tendrá efectos supremamente nocivos para la economía y la sociedad.

Hay también problemas que vienen de mucho mas atrás: un sistema político con intereses propios enquistados y que no permite realmente promover las reformas que se necesitan para superar los problemas del país, que crea múltiples rentas reguladas que incentivan la corrupción y la desidia. Un sistema educativo de pobre calidad y que ha sido hasta el momento casi imposible de reformar. Unas creencias arraigadas que le atribuyen al destino, a un poder superior, deberes y responsabilidades que no tiene. Y un aparato judicial que genera mas impunidad que justicia, mas inseguridad jurídica que confianza.

Pero hay esperanza. La buena noticia es que la solución está en nuestras manos, en las de todos. Es cuestión de ponerlas a la obra 

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