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Obedecer

A muchos padres les encanta que los hijos hagan cosas sin darles razones, los tratan de la misma forma como se domestica a un animal.

11 de agosto de 2023
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  • Obedecer

Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

Un día, mientras veía a un señor tratando de domesticar a un perro en un parque, se me ocurrió, en la misma línea de oficios imprescindibles para salvar el mundo que menciona Borges en su poema Los justos, que no estaría mal que también existiera un domesticador de palabras, no un corrector de estilo ni un gramático, que tratan de señalar la lógica de un idioma, lo correcto, sino todo lo contrario, un simple hombre cuyo noble papel sea el de ayudar a entender lo que no tiene lógica. Rápidamente vi que ese trabajo era más duro que domesticar leones o zancudos.

Cuando era niño intenté domesticar una tortuga, se llamaba Maya, una morrocoy que había sido mordida por un perro y pegada con cinta. Sobrevivió milagrosamente. Después de mucho insistir, lo único que logré fue duplicar mi paciencia, ella siguió siendo ella, nunca me permitió ser su amo. Eso me gustó, ella por su lado y yo por el mío y apenas nos veíamos en la cocina cuando nos daba hambre.

Siempre me ha parecido muy complejo eso de que alguien le haga caso a uno. A veces, cuando escucho a ciertos padres que no tratan de educar, sino que tratan de domesticar, me pregunto: ¿Cómo es que no piensan? A muchos padres les encanta que los hijos hagan cosas sin darles razones, los tratan de la misma forma como se domestica a un animal. ¿Cómo así? Un domesticador no le dice a una ballena: Mira ballenita, lo que pasa es que quiero montar un negocio acuático y necesito que tú me colabores, cuando yo te diga que saltes, ¡salta! y no me preguntes por qué. ¡Toma tu pescado! El domesticador lo que hace es condicionar ciertos comportamientos hasta que el animal, para salir de eso, hace lo que tiene que hacer y se acabó el show. A un animal no hay que darle explicaciones, por eso digo lo mismo del comportamiento de ciertos padres ante sus hijos. ¿Por qué no puedo hacerlo?, pregunta el hijo. ¡Porque no!, fin. No hay explicación, ese tipo de adultos saben que si tratan de dar alguna, vendrán más preguntas del niño, que casi siempre son más fuertes que los argumentos de esos padres.

Entre los mismos seres humanos pareciera que la palabra clave es obedecer. La Iglesia les pide a sus seminaristas votos de obediencia. El Ejército les pide a sus soldados que no pregunten sino que ejecuten, que obedezcan, y hasta en muchos lugares de trabajo en este país de “obedientes”, o más que obedientes, de seres que temen perder el trabajo, les dicen que hagan y que si no les gusta ¡adiós!, no más. Y así, lo que vamos entendiendo es que de tanto obligar al otro para que obedezca, de quitarles importancia a los argumentos, llegamos a un punto donde la paciencia se colma y cada quién hace trágicamente lo que quiera, como esa ballena que de pronto se cansa de recibir órdenes y ataca.

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