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Los amigos raros nos permiten moldear un relato propio y reafirmar nuestra particular manera de estar en el mundo.
* Director de Comfama.
Querido Gabriel,
A veces, cuando dos buenos amigos conversan y tenemos la fortuna de ser testigos de ese intercambio, nos sentimos incómodos. Su lenguaje íntimo puede llegar a excluirnos. Pero de vez en cuando, como en el diálogo entre los escritores Rosa Montero y Héctor Abad para el reciente congreso de las Cajas de compensación, la situación se torna mágica. Al escucharlos hablar de su vida, su amistad y su trabajo, nos integraron por un rato a su cofradía. Héctor y Rosa olvidaron que estaban en un auditorio y se pusieron a conversar como en la sala de la casa.
Se me prendió el bombillo cuando ella, refiriéndose a su libro El peligro de estar cuerda, dijo que todos deberíamos buscar nuestra manada de raros. “Todos somos divergentes en algo, la normalidad no existe”, había sentenciado hacía unos minutos. ¡Claro! Por eso se ven tan tranquilos y se oyen tan fluidos. Están siendo ellos mismos, sin temor al qué dirán, sin afán de agradar. ¿Conversamos sobre lo normal que es ser raros y sobre nuestra esencial tribu de raros?
Sin nuestra manada de raros estamos solos en el ancho mundo. En mi celular tengo una nota que visito solo en casos de emergencia: “Mis amigos marcianos”. En ella hay una lista corta de personas con quienes puedo ser yo mismo y hacer lo que se me dé la gana, gente con la que comparto pasiones, obsesiones y, según entiendo ahora, rarezas. Con ellos puedo ser con todos mis recovecos, dar rienda suelta a mi lado más nerd o al más epicúreo, a la obsesión por la salud, al amor por los libros o el gusto por la política. Son personas frente a las cuales no tengo defectos ni cualidades sino solamente características, como dice un amigo.
Los amigos marcianos sacan a la luz nuestra mejor versión. Son una logia en la cual, por alguna razón, nos sentimos no solo cómodos sino fuertes, no solo libres sino capaces. Quizás porque lo raro de un individuo, en una manada de similares, se deja de notar. A su lado, más relajados, podemos crecer a partir de nuestras rarezas y no a pesar de ellas. Dejamos atrás, finalmente, “la presión por la normalidad mentirosa” de la que habla Montero.
“Las rarezas no son patológicas mientras no nos quiten la libertad”, dijo la autora. Eso nos hizo respirar aliviados a muchos que nos hemos sentido por años metidos en la cama de Procusto de la mitología griega, donde muy pocos quedan cómodos, porque a unos les falta y a otros les sobra. Los amigos raros nos permiten moldear un relato propio y reafirmar nuestra particular manera de estar en el mundo. ¿No te pasa que, en tu tribu de raros, sientes que tu vida tiene más sentido, la cuentas con simplicidad, sin poses y con total transparencia?
Hagamos una tertulia sobre rarezas que no son raras. Pensemos en cómo encontrar a nuestros queridos amigos marcianos y cómo permitirles entrar y asentarse en nuestra vida. Hablemos acerca de celebrar y cultivar su invaluable compañía. Es posible que el espacio seguro que siempre hemos buscado no sea un lugar ni un hogar ni una sola persona, sino esa tribu de raros de la que con tanto entusiasmo habla la magnífica, y bellamente rara, Rosa Montero. .