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Por Néstor Roberto Correa Ruiz - opinion@elcolombiano.com.co
Fue un clásico durante décadas: el raponero arrancaba las pertenencias de su víctima y salía como un rayo gritando “cójanlo, cójanlo”, señalando para una dirección diferente a la de su propia carrera. Algunos transeúntes solidarios caían en el engaño y salían persiguiendo a otro cristiano que nada tenía que ver en el atraco.
El municipio de Medellín, o pomposamente Distrito de un montón de cosas, como lo llaman ahora, ha sido objeto, según reiteradas denuncias políticas, periodísticas y de veedurías ciudadanas, de un saqueo sin antecedentes. El directamente responsable de dirigir la operación delincuencial, al verse señalado, grita “cójanlo, cójanlo”, señalando ¡al Centro Democrático! Les achaca ser “el cartel de los 20 billones”. Que se sepa, no ha presentado ninguna denuncia penal ante las autoridades judiciales. Es que eso de arrimarse a la candela...
En la antigua Roma, un político llamado Catilina se hizo famoso por ser el azote de los corruptos, y por exigir para ellos el máximo castigo. Un tribuno llamado Cicerón demostró que el mayor corrupto del impero era, oh casualidad, el propio Catilina. Lo fustigó en unos memorables discursos llamados catilinarias. Aquí tenemos nuestros propios Catilinas, pero pocos tribunos que tengan autoridad moral para lanzar catilinarias contra los verdaderos corruptos.
En esta montañosa capital del vicio y del pecado, el jefe de la administración municipal no se cansa de denunciar corruptelas... ajenas. Las propias y las de sus amigos, compinches y aliados, no son corruptelas, si no “repartición social de la riqueza”. Tienen la suerte de que la justicia penal no considera importante, ni oportuno, cerrarles el grifo de la, al parecer, ubérrima billetera alpujarrina. Comprar y asegurar tantas complicidades, torcer tantas conciencias, llenar tantas apetencias de riqueza, cuesta mucho más que un simple presupuesto municipal. Y lo lograron.