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Desde la antigüedad, entidades políticas de distinta naturaleza han competido con sus rivales o adversarios potenciales. Parte de la labor de sus dirigentes, sus estrategas militares y sus historiadores consiste en analizar, documentar y evaluar la realidad de su posición relativa. Cambios pronunciados en la jerarquía de las entidades políticas pueden causar conflictos. Tucídides relata en La Historia de la Guerra del Peloponeso las consecuencias de la rivalidad entre Esparta y Atenas.
Ahora bien, percibir el cambio relativo de organizaciones políticas o naciones no es una preocupación dominante del común de las gentes. Esa es una actividad especializada, de la cual se ocupan en la actualidad organismos internacionales, analistas económicos y calificadoras de riesgo soberano. Las evaluaciones respectivas no se hacen tanto con respecto al potencial militar sino en términos de capacidad productiva, PIB por habitante, calidad del manejo macroeconómico, nivel educativo, indicadores de salud, dinamismo empresarial y productividad de la fuerza laboral. Cuando ocurre un desequilibrio notable en las posiciones comparativas, éste se expresa en forma cuantitativa, con estadísticas.
Los poetas, los escritores y los artistas lo hacen con una sensibilidad diferente, pero no por ello menos elocuente. ‘Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía’. Así se lamentaba en 1613 Francisco de Quevedo, por la declinación de la España de los Austrias como potencia mundial, en su competencia con Francia, con Inglaterra y con las provincias holandesas rebeldes, cada vez más prósperas y más poderosas.
La declinación y el final melancólico del Imperio Austrohúngaro en 1918 han suministrado abundante material para la literatura de la nostalgia. Viena en 1900 era la capital cosmopolita de un imperio multiétnico que se extendía desde Polonia y Ucrania hasta los Balcanes. La ciudad era un centro cultural e intelectual de prestigio mundial. El Imperio Austrohúngaro se comportaba como una gran potencia. Esa pretensión indujo a sus dirigentes a declararle la guerra a Serbia, decisión que sirvió de detonante para la Primera Guerra Mundial. Las tensiones internas y la derrota en esa guerra condujeron a la disolución del imperio. Hoy, Viena es la capital provinciana, sobredimensionada y venida a menos de una nación de 9 millones de habitantes. De su magnificencia anterior queda el recuerdo nostálgico. Stefan Zweig y Joseph Roth, escritores contemporáneos y exiliados por la persecución Nazi, describieron en El Mundo de Ayer, de Zweig y La Marcha de Radetsky, de Roth el final del régimen del Emperador Francisco José y de una forma de vida, que con sus falencias, tuvo cierto esplendor.
Estos autores adquieren actualidad porque las traducciones al inglés de sus obras están encontrando notable acogida entre los lectores del Reino Unido, donde se observa una fascinación con la Viena imperial. Al tiempo que Boris Johnson proclama el Brexit como el renacimiento del poderío británico, otros intuyen que la salida de la Unión Europea es el inicio de la disolución del Reino Unido.