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No pueden soltar el poder

La lista de despistes se repite en otras figuras de menor calado internacional pero el tema preocupa en Washington. ¿Debería existir por ley un límite de edad para cumplir con funciones públicas?

20 de septiembre de 2023
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  • No pueden soltar el poder

Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

Las imágenes de políticos veteranos estadounidenses que, en medio de una rueda de prensa, se paralizan por la confusión o divagan en incoherencias ante el desconcierto del público, pasaron a ser asunto corriente en los medios internacionales. Entre los casos más sonados está el del líder republicano Mitch McConnell quien, con 81 años, se ha congelado al menos dos veces mientras habla a los micrófonos y tiene que ser ayudado por sus asistentes para sortear la crisis. Del bando demócrata, el desconcierto lo aporta el mismísimo presidente Joe Biden, enredado en sus declaraciones o aletargado en sus gestos que posteriormente deben ser explicados con maromas diplomáticas por los encargados de comunicación de la Casa Blanca. El veterano, con 80 años, es el presidente de mayor edad en ocupar el Salón Oval y, de ganar la reelección en el 2024, terminará con 86 cumplidos.

La lista de despistes se repite en otras figuras de menor calado internacional pero el tema preocupa en Washington. ¿Debería existir por ley un límite de edad para cumplir con funciones públicas? ¿Con tamaña responsabilidad a cargo no debería crearse una línea roja tras la cual el funcionario esté obligado a jubilarse?

Más allá de las pocas posibilidades que tiene la idea de salir adelante, y a la que se opondrían radicalmente los mismos legisladores, el debate pone sobre la mesa, por un lado, la incapacidad vergonzosa del bipartidismo estadounidense de encontrar herederos que lideren una nueva época política en la potencia, y del otro, la insistencia ofensiva de los políticos, que han cumplido un ciclo, en dejar sus puestos de poder. Ante cualquier insinuación para que den un paso al costado, McConnell y Biden - por nombrar solo a los que citamos como ejemplo - insisten contra la evidencia que están en perfectas condiciones y que se mantendrán en el ejercicio público por un tiempo más.

El indiscutible declive de la discusión política en Estados Unidos encuentra en la incapacidad de recambio a una de sus problemáticas centrales. Los dos partidos, encerrados en una pelea brutal - que no nació con Donald Trump, pero se atomizó con él - están dirigidos por personajes que se niegan a entregar la posta. No ven entre las nuevas figuras a nadie capaz de levantar las banderas liberales o conservadoras con el suficiente conocimiento. Desconfían. Creen, guiados por las encuestas retroalimentadas con los nombres ya conocidos, que solo ellos pueden guiar de forma segura el barco. Al menos eso es lo que dicen en público y dejan entrever en sus decisiones electorales.

Pero hay algo que va mucho más allá en la imposibilidad del recambio y sobrepasa esa aparente preocupación por la herencia de las ideas. En realidad, buena parte del problema se resume en el apego desmedido al poder de personajes que lo han saboreado por más de medio siglo y ahora se niegan a reconocer que es momento de dar un paso al costado. Es, en últimas, el ego.

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