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“Mamá ¿dónde están mis juguetes?” Así comienza un villancico que, a diferencia de los demás, tiene una connotación triste: la de un pequeño a quien el niño Jesús no le trajo ningún regalo.
Es una canción que a muchos les fastidia y que a otros les da risa. Pero es lo que viven miles de niños en este planeta que hoy no recibirán ningún regalo, simplemente porque sus papás no tuvieron con qué comprarlo.
Conmueve ver a tantos vendedores ambulantes que buscan redoblar sus ventas para poder, además de tener el sustento diario, comprar algún regalo para sus hijos. Dar y regalar desde su pobreza. Es triste ver a quienes, por más que se esforzaron, no lograron llegar al 24 con ese objetivo cumplido y no les queda más que decir a sus hijos que en esta navidad no habrá regalo. Estas situaciones, para millones de personas son parte de la cotidianidad.
Pero esa situación se contrarresta con otra: niños en condiciones de pobreza recibiendo su traído del niño Dios (algunos con bicicletas, barbies o carritos de control remoto), gracias a personas y empresas solidarias que en medio del consumo efervescente, se acordaron no solo de sus seres queridos sino de aquellas personas a quienes les falta todo. Incluso ánimos para celebrar.
Darle un regalo a alguien es simbolizar en algo material que el hombre está llamado continuamente a donarse. Cuando queremos regalar algo, pensamos en lo que más le gusta, averiguamos con las personas más cercanas cuáles son sus antojos o qué le está haciendo falta. Es agradable ver a alguien abrir un regalo que le hemos comprado, que se alegre, que diga “era justo lo que quería”.
Y si es bonito darles regalos a las personas significativas, resulta mucho más especial darlos a aquellos que no conocemos y que tienen una necesidad real. Se trata de la vivencia de un amor desinteresado y de ofrecer un aporte, que, aunque sea pequeño, pueda marcar la diferencia en una persona o en una familia en esta época especial.
Bien lo dijo el Papa Francisco en su último angelus: “El Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados, de los pobres, que «son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros»”.
Que navidad y solidaridad no sean solo dos palabras que rimen sino que siempre vayan unidas para calentar corazones que pueden enfriarse por la indiferencia y que sean muchos los niños que puedan cantar alegres; “mamá, ¡aquí están mis juguetes!”.