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¿Cómo escribir todo lo que siento por él sin sonar muy lisonjera? ¿Cómo le declaro, de nuevo, todo mi cariño, mi reconocimiento y mi admiración, sin volverme muy cansona? ¡Imposible!
Y también me resulta imposible pensar que haya alguien que no sepa quién es Andrés Aguirre Martínez, pero aquí va un recorderis, por si acaso: médico de la Universidad de Antioquia, conferencista internacional, profesor universitario, experto en gerencia del servicio, calidad, seguridad social, humanización de la salud y ética médica. Presidente de la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas y del clúster de Servicios de Medicina y Odontología de Medellín y miembro de la Organización para la Excelencia de la Salud. Treinta y cinco años vinculado al Hospital Pablo Tobón Uribe, primero como coordinador docente, luego como jefe de la División Médica y veintidós como director general, cargo al que llegó a continuar los lineamientos de su antecesor, el doctor Iván Darío Vélez. Sabio como es, entendió que no se trataba de llegar a acabar con lo que había, sino de avanzar sobre lo construido. Y lo logró. No en vano el Pablo Tobón Uribe es uno de los diez mejores hospitales de Latinoamérica, calificado por sus pacientes con un 99 % en atención médica, amabilidad y tecnología. Y reconocido como la mejor empresa de salud para trabajar en Colombia. Resultados visibles de una conjunción ganadora: buen médico, buen administrador, buena persona.
Andrés ha sido distinguido como uno de los líderes colombianos más destacados, pero él no se queda con las flores. Cada logro, cada premio, cada reconocimiento que recibe es compartido y celebrado con sus colaboradores del hospital, a quienes parece que les hubiera hecho una transfusión de sangre en la que, en vez de plaquetas, les administró sólidos principios de servicio y humanismo, porque, como lo expresa en sus conferencias: “Un hospital no es un edificio. El espíritu de ayudar y ser sensible a la gente hace parte de un proceso, es una construcción de seres humanos que caminan todos en la misma dirección: servir”. Por eso lo del hospital con alma es mucho más que una frase publicitaria bien lograda para conseguir alta recordación.
Una hoja de vida y una trayectoria brillantes, pero lo que hace grande a Andrés es él en sí mismo. Su figura menudita contrasta con la grandeza de su ser. Humanista, carismático, filósofo, de ideas claras pero profundas, ameno, de buen humor, práctico, culto, músico, sensible, sencillo, solidario, generoso con el conocimiento, elegante, decente... Y no sigo porque me da pena llenar esto de piropos, pero se los merece todos este señorazo, con mayúscula sostenida.
Ahora se va del hospital y con gratitud despido a este ser humano excepcional que, a punta de firmeza y honestidad, se ha convertido en un guía necesario en nuestro entorno.
Que adonde la vida lo lleve su luz siga irradiando bondad. Lo necesitamos activo, opinando, diciendo y haciendo. Gracias por todo, querido Andrés