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Columnistas | PUBLICADO EL 16 enero 2022

Mucha inteligencia, poco corazón

  • Mucha inteligencia, poco corazón
  • Mucha inteligencia, poco corazón
Por Elbacé Restrepo elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Joan Antoni Melé Cartañá es un señor español que acabo de conocer. Y bastaron apenas veinte minutos para caer rendida a sus pies. Se lo presento:

Joan Antoni nació en Barcelona en 1951. Es el presidente de la fundación Dinero y Conciencia. Es conferencista y consultor. Trabajó durante muchos años en la banca del capitalismo salvaje, pero un día vio la luz y se convirtió en un gurú de la banca ética. “¿Banca ética? ¡Oigan a esta!”, dirán. Y están en su derecho, pero que existe, existe. En www.joanmele.com encuentran información al respecto.

Un componente clave de la banca ética es la educación en valores, un tema que me gusta porque soy una convencida de su importancia en la construcción de un mundo mejor. En una conferencia titulada “La dignidad humana, fundamento de una nueva economía”, Joan Antoni dice que si nuestra misión se redujera a una lucha por la supervivencia, no haríamos poesía, no tendríamos magníficas pinturas ni compondríamos sinfonías maravillosas. “Hacemos esto porque somos seres humanos, aunque la ciencia reduccionista crea que entre el hombre y el simio solo hay cuatro genes de diferencia”.

Pero lo que hemos logrado en el mundo del arte lo hemos perdido en el mundo social. Ahí luchamos y nos “animalizamos” en una carrera loca por crecer materialmente: El mercado, la oferta, la demanda, la competencia, el poder, el que más dinero tenga... Vivimos en una constante preocupación por acumular, pero olvidamos que los seres humanos llegamos a un punto donde crecer más no es posible. “Cuando un grupo de células crece más de lo que toca y se olvida de que forma parte de un organismo, lo llamamos cáncer, y acaba matando el organismo”.

Para Joan, el tiempo concedido para vivir lo utilizamos en ser más competitivos, pero no aprendemos que cada decisión que tomemos afectará a los demás seres humanos y al planeta. Somos los responsables del mundo, pero nos creemos el cuento de que una sola golondrina no hace verano y esperamos que todo lo hagan los demás.

El mundo está lleno de inteligencia. Tenemos inteligencia artificial, ingeniería genética, robótica y superordenadores cuánticos que pueden impactar la salud, el bienestar y la economía, pero no podemos ser mejores seres humanos porque somos incapaces de cambiar inteligencia por corazón. Hemos olvidado la bondad y nos cuesta ponernos en el lugar del otro, ni siquiera nos importa: Si yo estoy bien, al otro que se lo coma el tigre.

Los problemas del mundo no se originan porque la educación sea perversa, que a veces lo es, ni porque nos vaya mal en matemáticas, sino porque no somos dignos, no somos decentes, no somos útiles a los demás y servir a los propósitos comunes nos quedó grande. En vez de cuidarnos, nos destruimos.

Cierro con esta perla: “La inteligencia está sobrevalorada. Muchos de esos inteligentes, en vez de arreglar el mundo, crean los problemas del mundo. Y se llenan la boca diciendo que son doctores de Harvard... Pues, cuidado, que los de Harvard hacen muchas harvaridades”. Y aquí sí que sabemos de eso, ¿cierto? 

Elbacé Restrepo

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