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Busca el presidente, con las objeciones por inconveniencia a seis artículos de la ley que le dio vida a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), evitar las ambigüedades, la impunidad y hasta los escándalos por corrupción, aferrados ahora a las altas cortes de justicia. Afortunadamente con el agitado debate que estalla, aparece una brisita para refrescar el acalorado ambiente de pugnacidad en la discusión nacional. Y es el reconocimiento que se le ha hecho a la Universidad de Antioquia, al ser aceptada como miembro pleno de la Organización Europea para la Investigación Nuclear, el centro más importante del mundo en donde están los mejores físicos de la humanidad.
Saca la cara nuestra Alma Mater por una Colombia que con su politiquería ha descuidado sus compromisos más urgentes y prioritarios para acomodarse a los cambios y desafíos que hoy atropellan la humanidad. Los permanentes y reiterados conflictos políticos y socio/económicos colombianos, han impedido mirar la evolución de la ciencia, tecnología, investigación.
El mundo vive “la etapa más prodigiosa y atraviesa el tiempo más increíble de la historia de la humanidad”, dice la historiadora Gloria Helena Rey. Y Colombia, embotellada en alegatos de tinterillos, parece marginarse de la responsabilidad en asumir con eficacia ese cronograma. Con presupuestos cicateros para la investigación, la ciencia y la tecnología le quedará imposible absorber todas las evoluciones, conocimientos, inventos, que van modificando el comportamiento de la humanidad. Aquí pareciera haber solo recursos para financiar campañas electorales de politicastros.
Dice la investigadora Rey que “en los próximos 20 años se producirán más cambios que en los últimos dos milenios”. La revolución tecnológica ha hecho posible esta evolución que forma “una cascada de acontecimientos científicos que deslumbran a diario”. Y el país, en babia, sigue discutiendo si el Presidente de la República tenía facultades para objetar artículos del estatuto que desarrolla la JEP. El polvo de esa polémica asfixia el compromiso de Nación para asimilar los retos que plantea el hecho de estar en la era de la inteligencia artificial. La misma que llegaría a igualar –¿o acaso superar?– la inteligencia humana.
En esta era del conocimiento, ¿está preparándose Colombia para no quedar marginada de esta revolución tecnológica? ¿O sigue distraída en confrontaciones sectarias, sobreviviendo en un mar de conflictos estimulados por picapleitos y gamonales de la política de campanario?
Ha sido una constante en el país que los gobiernos no hayan tenido como prioridad en sus gestiones de Estado, la ciencia y la tecnología. La inversión en estos frentes sigue siendo tacaña. Solo el 0,7 % de la inversión pública se destina a nutrirlas. Recursos mezquinos, propios de país con mentalidad de pobre.
Mientras el país político se enreda en el laberinto de la JEP, que para algunos es intocable, no susceptible de mejoras como si hubiera sido creada a través del dogma y la revelación divina, y Colombia reafirma su posición como la mayor cultivadora de coca en el hemisferio occidental, un aire para atemperar mentes calenturientas aparece en escena, soplado por la Universidad de Antioquia. Institución que refleja con sus físicos nucleares, la cara amable de una sociedad que quiere modernizarse, sin dejarse ahogar en el escándalo cotidiano y en el leguleyismo santanderista.