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Medellín no les habla a los turistas, al parecer sólo negocia con ellos. No les hace saber que ésta no es una ciudad sin ley donde no pueden dar rienda suelta a esos comportamientos que son prohibidos y condenados en sus países de origen.
Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
Cada semana, por cuestiones laborales, paso dos veces por el aeropuerto internacional José María Córdova; allí es evidente el incremento de visitantes extranjeros a nuestro departamento, lo cual no es una novedad pues sabemos que el número de turistas viene creciendo en los últimos años y que el turismo se ha convertido en una de las principales actividades económicas de la región. Lo sorprendente es que en el aeropuerto y en el trayecto hasta la ciudad no hay un solo mensaje institucional dirigido a los turistas.
No hay una valla, pasacalles o volante que le dé al turista la bienvenida, una buena guía de sitios de interés, una agenda cultural ni unas advertencias sobre el comportamiento que esperamos de él. Medellín no les habla a los turistas, al parecer sólo negocia con ellos. No les hace saber que ésta no es una ciudad sin ley donde no pueden dar rienda suelta a todos esos comportamientos que son prohibidos y condenados en sus países de origen; no les demuestra que hay una autoridad que habrá de castigarlos si vienen a irrespetar a las mujeres, los espacios públicos y la ciudad.
Cada mes, a través del aeropuerto internacional, llegan más de cien mil extranjeros. Cada mes, en los escasos Puntos de Información Turística de Medellín, se atienden menos de mil turistas. ¿Y los demás? Los demás quedan a merced de la información que nos promociona en las redes sociales como un destino de libertinaje sin control alguno. Los demás son guiados por algún transportador que les indica cuál es el mejor lugar para comprar sexo o estupefacientes. Medellín no les habla: los recibe, los entretiene, les cobra y padece a los peores visitantes.
Nuestra ciudad recibió en 2023 más de un millón doscientos mil turistas, algunos predicen que esta cifra llegará a tres millones en algunos años. Yo considero que Medellín no necesita más turistas sino mejores turistas: viajeros que respeten esta tierra, que la recorran y se enamoren, que disfruten de la oferta cultural local y de las maravillas ecológicas del departamento. Precisamos de extranjeros y compatriotas que nos ayuden a superar nuestras dificultades históricas y no a seguir profundizando en ellas. Aspiramos a un turismo basado en nuestras virtudes y no en nuestras debilidades; que aporte algo más que dinero, que abra puertas a los creativos locales y que les dé protagonismo a los promotores turísticos comunitarios; un turismo que no menoscabe la dignidad de nuestra ciudad.
Si, como dice la marca de ciudad, en Medellín todo florece, debemos preguntarnos qué queremos que florezca. Si seguimos cultivando la idea de un turismo de entretenimiento sin control, éste se va a enraizar más y más en nuestra sociedad y terminará desplazando sus cimientos. Necesitamos una nueva política de turismo, una conversación de ciudad sobre el tema y unas autoridades que no se preocupen únicamente por proteger al turista sino también por protegernos de los efectos nocivos del mal turismo. Es hora de hablarles a los turistas si no queremos que otros lo hagan por nosotros.