Pico y Placa Medellín
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Entender el mundo de las letras y sus sentidos permite cierto grado de independencia para realizar tareas habituales o, dado el caso, bastante complejas.
Por Andrés Restrepo Gil - opinion@elcolombiano.com.co
Corta y contundente, la respuesta de Martha despejó todas mis dudas. En el marco de una investigación sobre educación y migración, mi tarea fue observar las clases de educación para adultos los sábados en una escuela del centro de Medellín. Desde el primer día, había llamado mi atención la disciplina incorruptible de un grupo de cinco mujeres adultas, cuyas edades oscilaban entre los sesenta y los setenta años, para asistir, un día a la semana, a una jornada desmedida de casi diez horas de clase: desde las 7:00 a.m., hasta las 4:30 p.m. Nunca faltaban, nunca llegaban con retraso y nunca abandonaban la escuela antes de las cuatro y media de la tarde, hora en la que sonaba el último timbre, indicando que las clases habían terminado y que la jornada estaba concluida.
Conversando con Martha pude entender, por un lado, por qué solo hasta ahora asistía a una escuela y, por otro, las razones de acero que hoy sostenían su voluntad de nunca faltar a clase. Nació en Sucre y cuando apenas tenía un par de años, su madre la regaló. Una familia en Itagüí la recibió y, durante casi cinco décadas, trabajó para ellos en servicios domésticos. Nunca fue a la escuela. Pero aprendió a tejer. Tuvo hijos y, según cuenta, cuando estos tuvieron la posibilidad de hacerse cargo de ella, decidió irse de aquella casa. Ahora, sus días se dividen entre las clases de tejido que imparte y las clases de lectura y matemáticas que recibe.
Todo lo narra con un incomprensible entusiasmo y un sosegado tono, como si la historia de sus infortunios le provocase incluso un poco de gracia. ¿Y por qué estás acá?, le pregunté. Porque me mamé de preguntar qué dice ahí, me respondió. Ajustó su sentencia, agregando que “me costaba llegar a un lugar porque no entendía las direcciones o porque no podía leer las rutas de los buses, no sabía cómo pedir una cita médica. Para hacer todo esto dependía de mis hijos. Pero ellos ya crecieron, hicieron sus vidas y se fueron.”
Leer y escribir permiten un desenvolvimiento automático en un mundo que se comunica en gran medida a partir de la palabra escrita. Sin embargo, allí donde muchos vemos un camino llano y claro, hay un sinfín de obstáculos para quienes, ya adultos, no han podido acceder a los códigos de la escritura. Como bien lo deja en evidencia Martha, no se trata solo de leer una indicación o de escribir en un formulario. Ya sea porque se puedan interpretar los sentidos de las palabras, ya sea porque se les puede reproducir mediante la escritura, entender el mundo de las letras y sus sentidos permite cierto grado de independencia para realizar tareas habituales o, dado el caso, bastante complejas. Hoy, Martha ya sabe leer. Y, al haber aprendido, Martha se ha librado, por ejemplo, de la tediosa necesidad de preguntar siempre y a cada paso: ¿Qué dice ahí?