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Por Mauricio Perfetti Del Corral - mauricioperfetti@gmail.com
El último libro de Héctor Abad “Ahora y en la hora” constituye un testimonio desesperado del significado de la guerra en este siglo XXI. Afirmaciones como “ante la escasez de soldados, muchos hombres sin esa vocación se ven obligados a ir a la máquina trituradora de la guerra... Ese agujero negro que engulle vidas” o “muchachos apenas en la tercera década de sus vidas que están siempre a punto de caer en las trincheras”; o “haber estado en Kramatorsk en medio de la guerra fue espantoso por la certeza presenciada de la muerte ajena”.
¡Qué paradoja tan grande la de la humanidad! En el siglo de la pandemia, del avance veloz del conocimiento, la ciencia y la tecnología, el mundo aún enfrenta guerras por el dominio de territorios, por supremacías religiosas o de prevalencia de razas o visiones políticas. Pareciera, pues, que el mundo, en vez de avanzar a un humanismo superior que incorporara las lecciones aprendidas, diera un retroceso expresado en la barbarie bien descrita, y vivida, además, por dicho autor.
La pregunta que surge es ¿qué está fallando para que como humanidad hayamos perdido el rumbo para una mejor sociedad y para seguir afianzando logros palpables en torno a esta? Podría afirmarse que hay manifestaciones de esas fallas y factores que contribuyen a la pérdida del rumbo, los cuales se entrecruzan y retroalimentan.
Pareciera que los desencantos con la democracia y algunos logros no alcanzados por la globalización nos llevaran a una obvia pérdida de esperanza. Como dice el filósofo Han, “estamos padeciendo una crisis múltiple y miramos angustiados un futuro tétrico” en el que muchos “apenas logran sobrevivir en vez de vivir la vida”. Esa desesperanza es favorecida por la amenazante polarización política que se vive, sumado a las noticias falsas que abundan en nuestras sociedades.
Además, la persistencia de la pobreza, la desigualdad y la destrucción del medio ambiente convalidan cierto grado de fracaso de la humanidad que refuerza, además, la desesperanza, pero también cierta indiferencia y pérdida de solidaridad.
No puede perderse de vista la importancia de la educación y el rol de las universidades en la formación y construcción de las humanidades, las bellas artes y la democracia. Tal como han mostrado Moreno y Gortázar en su libro “Educación Universal”, los problemas de calidad de la educación favorecen las fake news y, a su vez, estas fomentan la polarización y demeritan las contribuciones de la educación. El discurso de Martha Nussbaum en la Universidad de Los Andes (2024) es elocuente “las naciones y sus sistemas educativos están desechando las habilidades necesarias para mantener vivas las democracias. Si esto continúa, las naciones pronto estarán produciendo máquinas en lugar de ciudadanos cabales que puedan pensar por sí mismos, criticar la tradición, comprender el significado de los sufrimientos y logros de otra persona, y abordar los agudos problemas medioambientales”. En otras palabras, mientras las universidades no retomen el rol que les corresponde, poco avanzarán las sociedades en términos de las humanidades, las artes y la democracia en este siglo XXI.
Recuperar la esperanza equivale a recobrar la solidaridad, la reconciliación, el diálogo y la escucha, y también por supuesto bosquejar nuevos acuerdos políticos, sociales y ciudadanos, pues según Han, la esperanza es un intento de buscar asidero y rumbo y quien tiene esperanza obra con audacia.