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Hace algunos años la profesora Stevens de la Universidad de Liège (Bélgica) hizo pública su renuncia a la academia universitaria. En su momento ella afirmaba “es necesario reflexionar sobre el papel de las universidades dentro de unas sociedades que se encuentran sujetas a cambios profundos y radicales, y deben elegir con urgencia el modelo de civilización desde el que quieren comprometerse con la humanidad”. Aseveraba también que la Universidad como institución universal no puede abstenerse de reflexionar, debatir con calidad y objetividad crítica acerca de nuestra actual civilización. Hoy más que nunca ese llamado es vigente y genera reflexiones frente a una humanidad que se debate entre la desigualdad económica, el desencanto de la democracia y el capitalismo salvaje, la polarización política, la post pandemia, las guerras y el orden internacional resquebrajado, el cambio climático, el auge del nuevo conocimiento que se renueva velozmente a la par de nuevas tecnologías, especialmente la IA.
La pérdida de valoración social de la educación superior, la caída en la matrícula, las exigencias del entorno en cuanto a una educación pensada casi que exclusivamente en las necesidades del mercado laboral no puede eliminar o minimizar los diálogos académicos, el espíritu crítico, las preguntas, el debate que debe reinar en toda universidad. Tampoco debe conducir, como bien lo afirmó la profesora Stevens, “hacia formas de conocimiento utilitaristas, determinadas por el economicismo y el tecnologismo”.
Es claro que los factores mencionados atrás hacen necesario repensar aspectos fundamentales de la Universidad en Colombia tales como la flexibilidad en los programas con múltiples posibilidades de entrada a los mismos, el aprovechamiento de la IA, la educación para toda la vida, prácticas que conlleven a los estudiantes a reconocer el verdadero valor e impacto de la educación superior que pregona el profesor Reimers en Harvard.
Además, sí son las humanidades y las artes las que pueden salvarnos ante el frenesí del cambio tecnológico y de la agresiva competencia global que “anula al otro”, como dice el filósofo coreano Han, las universidades no deberían despreciar el poder de aquellas, su potencial y más bien acogerlas y estimularlas. Profesores de distintas universidades en el país se han quejado de la desaparición de departamentos de música y facultades de arte.
De la misma manera, no puede pensarse que la investigación debe ser fundamentalmente aplicada para poder ser financiada puesto esto conlleva a que se dejen de lado algunas ciencias sociales, humanidades o incluso ciencias básicas que influyen directamente en la innovación.
Parafraseando a Stevens es momento de repensar las universidades para que contribuyan a una mayor prosperidad, a recuperar la noción del bien común (Sandel, 2020) y a transformar las instituciones en inclusivas (Acemoglu y Robinson, 2012, Premios Nobel de Economía 2024), a partir de promover reflexiones y debates permanentes desde el uso del saber acumulado. Esto no será posible si las universidades son solo centros de consultoría o tecnología y tampoco arrasando con la autonomía universitaria, ni con la administración de las universidades públicas regionales entregadas a la vieja política o al nuevo activismo ideológico.
