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Por Mateo Castaño Sierra- opinion@elcolombiano.com.co
Rappi y D1 son dos empresas con bastante mala prensa. Cada tanto hay un tweet viral con el reclamo de que el Rappi no llegó a tiempo, el domicilio está en mal estado o le cobraron a uno de más (créanme, yo he sido de esos). Con D1 pasa algo parecido: que quiebran a los tenderos, que la leche no sabe a leche o qué por qué las cajeras tienen que además acomodar la mercancía. Son los Goliat de su industria, y a los gigantes siempre es fácil darles palo —que lo digan el Real Madrid, Shakira o Estados Unidos.
Pero más allá de esas críticas —válidas muchas veces— estas empresas han generado algo sorprendente: externalidades positivas. El nombre suena rimbombante, pero en lenguaje terrenal significa que terminan aportando más a la sociedad de lo que parecía a primera vista.
El Banco de la República hizo un estudio sobre el efecto que la apertura de tiendas de hard-discount (como D1, Ara e Ísimo) tuvo sobre la economía de 350 municipios por fuera de las capitales departamentales. El resultado fue contraintuitivo: lejos de “quebrar” a las tiendas de barrio, la llegada de un D1 a un municipio aumentó el empleo formal (ósea el buen empleo) en dicho municipio en un 10%; el efecto se da no sólo por los empleados contratados para la tienda sino por los encadenamientos productivos que se generan en la economía local: desde los proveedores que se necesitan para abastecer las tiendas, hasta los nuevos negocios que surgen con el producto del D1 pasando por las tiendas complementarias como los “fruver”.
El estudio encontró todavía más: en los municipios donde aterrizó un D1, disminuyó el número de personas solicitando subsidios del gobierno, aumentó la recolección de impuestos locales en un 10% y aumentaron sustancialmente los salarios del sector formal de la economía. Parece que la mejor política para reducir la pobreza en Colombia no está en un ministerio, sino en abrir más hard-discounts. Y tranquilos: no, esto no es publicidad paga.
El caso de Rappi es igualmente interesante. Un estudio de MIT sobre Rappi y iFood en Brasil encontró que la entrada de estas plataformas a un municipio reducía los delitos en un 10.4%, con efectos que se mantenían 5 años después. Este estudio es muy interesante porque muestra que la disminución de los delitos ocurre en todas las horas del día, todos los días de la semana y es particularmente positiva en los barrios más pobres y en los delitos no violentos (que son los que más se reducen). Rappi se convirtió en una política de empleo no sólo masiva sino extraordinaria, capaz de atraer a la legalidad a personas cuyo proyecto de vida estaba por fuera de ella –o que quizás no pensaban ni siquiera en su proyecto de vida.
Al final, esto es lo lindo del capitalismo. El valor se crea en rincones y de formas insospechadas. Estas empresas no son sólo domicilios rápidos y comida barata (ya en sí mismo loable), sino que además generan estas externalidades positivas extraordinarias para beneficio de toda la sociedad. Definitivamente ¡Ahí están pintadas Rappi y D1!