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“Colombia necesita recuperar la seriedad en el ejercicio del poder. Sus ciudadanos, reclamamos menos improvisación”.
Por María Bibiana Botero Carrera - @mariabbotero
En poco más de dos años y medio de gobierno, Colombia ha visto pasar 51 ministros, 64 viceministros y 7 jefes de prensa por la Casa de Nariño. Estos números reflejan una alta rotación en los más altos niveles de la administración pública. Entre los ministerios con mayor inestabilidad se destacan el del Deporte, con cinco titulares diferentes, y los del Interior y de Cultura, con cuatro cambios cada uno. Un atentado a la eficiencia estatal.
No se trata solo de números: la rotación constante en los más altos niveles de la administración pública es un síntoma de algo más profundo y grave: el reflejo de un Gobierno que no valora la continuidad, la experticia, ni la institucionalidad. La improvisación como forma de gestionar lo público.
Colombia ya está pagando el precio. Según el Índice de Democracia de The Economist, el país está en riesgo de descender de la categoría de “democracia imperfecta” a la de “régimen híbrido”, llegando a su puntaje histórico más bajo en este Índice. Lo anterior, explicado por la caída en cultura política y el deterioro del funcionamiento gubernamental. Los números son demoledores: la cultura política se desplomó de 3,75 a 3,13 y el funcionamiento del gobierno cayó de 6,07 a 5,71. La institucionalidad se desmorona a la vista de todos, pero el Gobierno sigue operando como si estos cambios constantes fueran simples ajustes y no señales de una crisis sistémica.
En estas condiciones, la formulación y ejecución de políticas públicas se convierte en un juego de azar. Sin un liderazgo estable ni tiempo para consolidar estrategias, y sin equipos técnicos cohesionados, la gestión pública se vuelve errática y frágil. La inestabilidad mina la credibilidad del Estado y erosiona la confianza en las instituciones. Los resultados se nos escurren por los dedos.
Los planes de desarrollo, aprobados cada cuatro años, establecen las metas y estrategias de la administración pública. Cumplirlos requiere un liderazgo decidido y una visión gerencial enfocada a conseguir los resultados. Convertir los altos cargos en fichas intercambiables, sin importar la experiencia o la idoneidad para cada rol, desdibuja la noción de mérito y competencia, principios consagrados en la gestión pública.
La función pública debe ser honrada: los mejores, los más capacitados, para administrar los planes y recursos públicos. El triste espectáculo al que nos hemos visto sometido en los últimos meses, donde se premia la falta de rigor y la mediocridad es aplaudida, no se corresponde con la solemnidad y la responsabilidad del servicio público.
Requerimos más funcionarios públicos que enaltezcan su rol. Preocupa y entristece que quien hoy ostenta la más alta dignidad del Estado, califique su labor como “una infelicidad absoluta”. El ejercicio del liderazgo público debe inspirar, para que los más capacitados sueñen con servir al país.
Gobernar es construir sobre lo construido. Buena parte de nuestro futuro depende de las decisiones que se tomen en lo público por personas que honren esta responsabilidad, y de eso depende qué tan sólido y confiable es el aparato institucional de un país. Colombia necesita recuperar la seriedad en el ejercicio del poder. Sus ciudadanos, reclamamos menos improvisación.
Presidenta Ejecutiva Proantioquia