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Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co
“Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. Esta frase, popularizada por Juan Manuel Santos, resume la filosofía autoproclamada de la centro izquierda. En realidad, es una fórmula ambigua que dice poco, pero suena bien. Santos la tomó de Tony Blair, quien a su vez la tomó del economista checoslovaco Ota Šik, que soñaba con reformar el socialismo sin renunciar del todo a él.
En apariencia, esta corriente busca un equilibrio: evitar los excesos del “neoliberalismo” como las torpezas del estatismo. Pero en la práctica, la centro izquierda se relaciona con la economía de mercado como con un animal peligroso: útil, pero que hay que mantener amarrado. No celebra al capitalismo, lo tolera con disgusto y mientras lo pueda exprimir.
Para sus exponentes, el mercado es una fuerza caótica que solo puede funcionar si el Estado la dirige, la corrige y la redistribuye. Como si la riqueza no se generara por la cooperación voluntaria entre millones de individuos, sino por intervención ministerial. Ven el capitalismo como un árbol rebelde que solo da frutos si se le golpea con suficientes impuestos, decretos y controles. No conciben que pueda florecer por sí mismo.
En este punto es útil recordar a Friedrich Hayek, quien explicó que el orden social —incluido el económico— no es producto de un diseño central, sino de un orden espontáneo: una estructura compleja que surge de la acción humana, pero no del diseño humano. El lenguaje, el derecho consuetudinario, los precios, el comercio, el dinero, el interés... todos emergen sin que nadie los haya planificado. Son el resultado de millones de interacciones entre individuos libres.
Pero esta idea es anatema para la izquierda - y también la centro izquierda— porque no pueden concebir un orden sin un plan, ni progreso sin control. Entienden la sociedad como una organización, no como un organismo. Como si fuera una empresa gigantesca o una orquesta dirigida por tecnócratas. No comprenden que la economía es más parecida a un bosque silvestre que a una fábrica. No entienden que los mercados, con sus imperfecciones, son mucho más eficientes y adaptativos que cualquier buró de planificación.
Santos, alumno aplicado de la Tercera Vía, jugó a ser equilibrista: mantuvo una economía de mercado en la superficie, pero, aumentando la carga tributaria y la deuda, expandió el estado, más burocracia y más gasto, bajo la promesa de equidad. Santos terminó abriendo el camino político, institucional y cultural al proyecto radical del Pacto Histórico. La legitimidad que Santos le dio a las FARC y a la narrativa de exclusión histórica prepararon el terreno para que Petro llegara como redentor del desorden que él mismo ayudó a sembrar.
Ojalá la amarga experiencia con Petro permita que la gente entienda por fin el mensaje de Mises: “Simplemente no hay otra opción que esta: ya sea se abstiene de interferir en el libre juego del mercado, o se delega el manejo completo de la producción y distribución al gobierno. Ya sea capitalismo o socialismo: no hay un camino intermedio”.