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Los hombres no

No se preguntan antes de salir de casa si la ropa que llevan puesta podría causarles problemas. No caminan tres cuadras más solo por evitar la construcción de la esquina o el grupito reunido en el parque.

Los hombres, por lo general, no le avisan a nadie cuando tienen que tomar un taxi. No le mandan las placas a un amigo por whatsapp. No revisan que la puerta sí abra desde adentro antes de arrancar. No se bajan antes de llegar al destino si se sienten demasiado observados a través del retrovisor. No hacen el cálculo mental de a qué velocidad estarían dispuestos a lanzarse de un carro en movimiento. No se enganchan con un video en YouTube que promete revelar cuál lado de la banca trasera de un taxi es menos peligroso. Los hombres no les piden a otros hombres que los acompañen al baño. No vigilan que nadie les violente la puerta. No revisan el trago que les ofrece un desconocido. No temen quedarse dormidos de la borrachera en el sofá del bar. No se cambian de acera varias veces durante un trayecto a pie. No desestiman atajos oscuros que acortan el camino. Los hombres no piensan, al menos una vez al día, durante absolutamente todos los días de la vida, que alguien podría violarlos. Nos sospechan del cuerpo que los roza en el bus.

No temen quitarse la camisa en la calle cuando está haciendo calor. No se amarran el saco en la cintura para ocultar el trasero. No se preguntan antes de salir de casa si la ropa que llevan puesta podría causarles problemas. No caminan tres cuadras más solo por evitar la construcción de la esquina o el grupito reunido en el parque. Los hombres, por lo general, no se pasan la vida recriminándose el no haber hecho nada cuando les lanzaron ese gesto, cuando les dijeron esa vulgaridad, cuando aquella mano se posó donde no debía, cuando el jefe insinuó que los subalternos tenían que obedecer algo más que las órdenes de trabajo, o el profesor le hizo saber al alumno que «portarse bien» da mejores resultados que estudiar para el examen. Los hombres casi nunca lloran por la noche preguntándose, carajo, por qué no soy capaz de contarle a nadie ciertas cosas, qué tengo de malo, quién diablos va a creerme si llego a abrir la boca. Los hombres no leen artículos con técnicas de defensa y autocuidado. No necesitan inventarse señales para avisar que se sienten en peligro. No se imaginan que su pareja podría matarlos, meterlos dentro de una maleta y arrojarlos a la basura. No tienen que aguantarse, durante toda la vida escolar, a los exhibicionistas mostrando el pene a través de la reja del colegio. Los hombres no tienen ni la más mínima idea del desgaste que significa para una mujer tener que pensar constantemente en todo lo anterior. Porque es verdad que lo pensamos. Todas las mujeres. Todos los días. Toda la vida. Estamos cansadas de pensarlo. Muy, muy cansadas. Nos lo enseñan desde que somos niñas y ni siquiera entendemos por qué nos lo están enseñando. Pero lo aprendemos. Lo perfeccionamos. Se lo enseñamos a otras. Lo aplicamos. Y aun así en el 2022 hubo 612 feminicidios en Colombia

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