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San Lucas en el prólogo de su Evangelio (1, 1-4) indica el propósito que lo anima a relatar la experiencia que él mismo tuvo de Jesús: “para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado”, es decir, para que quien lo lea o escuche tome conciencia de que esta enseñanza se fundamenta en una realidad histórica, no en fantasías.
Lucas se dirige a un tal Teófilo, nombre griego que significa amigo de Dios, por lo que podría ser un destinatario simbólico: todo lector que se reconozca como tal.
Y después de narrar los hechos significativos correspondientes a la concepción, nacimiento, infancia y vida oculta de Jesús, su bautismo en el río Jordán y su retiro en el desierto de Judea, evoca la autopresentación de Jesús en Nazaret (4, 14-21) con base en un texto del libro de Isaías (61, 1 y ss.) y lo que este había significado unos cinco siglos antes: la liberación de los judíos de su cautiverio en Babilonia, a la cual se refiere el libro de Nehemías (8, 2-10) cuando el sacerdote Esdras proclama la Ley de Dios en Jerusalén después del regreso del exilio.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”. Con esta frase de Isaías, Jesús se presenta como el Mesías prometido por los profetas. En hebreo Mesías significa Ungido, lo mismo que Cristo en griego, haciendo referencia al rito de la unción con el que eran consagrados los reyes, sacerdotes y profetas para recibir el poder del Espíritu Santo en el cumplimiento de su misión.
Los cristianos reconocemos a Jesús como el Mesías prometido, cuya misión es dar una buena noticia a los que sufren. Esto es lo que significa en griego “eu-angelion”: una buena noticia no sólo de palabra, sino realizada en hechos concretos. Esa es también la misión que Cristo les daría a todos cuantos quieran seguirlo: evangelizar, es decir, proclamar de palabra y de obra que, para todo ser humano que esté sufriendo cualquier tipo de opresión, empezando por la que padecen los pobres, es posible un porvenir nuevo, no sólo en el más allá, sino desde esta vida.