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Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com
Si yo fuera danesa, me apresuraría a enviar unas cuantas cartas antes de que se acabe este año. Por pura nostalgia, por decirle a alguien que me importa o por tener la deliciosa ilusión de que me responderán, saldría a buscar uno de tantos emblemáticos buzones rojos que se encuentran en las calles de los pueblos y ciudades de Dinamarca y dejaría caer por su hendidura mis palabras. Porque el servicio postal danés acaba de anunciar que se encargará de despachar la última carta de su historia el próximo 30 de diciembre.
Post Nord, responsable del envío de cartas en el país desde 1624, agoniza. Desde el año 2000 ha visto cómo descendía en un 90% el número de misivas que repartía, una caída en picada que ha obligado a la empresa a eliminar 1.500 puestos de trabajo y a retirar de las calles el mismo número de buzones antes de que se acabe el 2025. Después de estar en funcionamiento durante 400 años, la creciente digitalización de la sociedad ha vuelto obsoleto un servicio que durante siglos fue el medio de comunicación por excelencia cuando la distancia separaba a las personas.
Y no es el único. Muchas compañías postales europeas apenas subsisten. En Alemania, Deutsche Post anunció el jueves que va a despedir a 8.000 empleados para reducir costos, mientras que en el Reino Unido el Royal Mail se plantea repartir el correo no a diario sino día de por medio. Como bien lo resumía la directora de cine Isabel Coixet en su libro Te escribo una carta en mi cabeza, “aquello que antes servía ha dejado de hacerlo ya”. Ni siquiera ella, fiel apasionada de las posibilidades de la palabra, puede desconocer el cambio inevitable en las formas de entendernos.
¿Pero qué nos decimos y cómo nos lo decimos hoy? Nos contamos muchas cosas al instante, a golpe de clic, y en esa inmediatez perdemos profundidad. En este ritmo frenético que llevamos todos no hay espacio para la espera porque ni siquiera entendemos que alguien no responda en segundos a los mensajes que enviamos por Whatsapp. Lo que antes era normal ahora es raro. Y la pausa necesaria para la reflexión se desvanece.
A Hans Christian Andersen, famoso escritor y poeta danés del siglo XIX, le debemos lecturas maravillosas de nuestra infancia. El patito feo, La pequeña vendedora de fósforos, El soldadito de plomo, El traje nuevo del Emperador o La sirenita hacen parte de un legado que aún disfrutamos. Pero es en sus cientos de cartas, repartidas por ese servicio postal que pronto desaparecerá, donde encontramos el dolor de su alma: el anhelo de haber sido correspondido aunque fuera una sola vez por alguno de los hombres o mujeres que llegó a amar a lo largo de su vida. Leer sus cartas es entender que los cuentos que escribió fueron el refugio donde desahogaba sus penas por ese amor que le fue siempre esquivo.
Así que, para sacar lo que se lleva dentro, mejor no dejar para mañana esa carta que se puede enviar hoy.