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Cuando el fuego se apaga

La realidad de millones de familias en el mundo es que están a cargo de alguna persona que necesita cuidados, lo que conlleva una intimidad que muchos pretenden evadir, como si al no mencionarla despareciera.

hace 4 horas
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  • Cuando el fuego se apaga

Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com

Las sociedades envejecen imparables. Antes o después, la mayoría de nosotros vamos a necesitar la ayuda de otros para realizar tareas cotidianas. Sin embargo, vivimos dentro de un modelo hedonista en el que cuesta hablar con naturalidad sobre la vulnerabilidad, la compasión, la empatía y la solidaridad del cuidado. Y confusos, asumimos que la autonomía es autosuficiencia, en lugar de entenderla como interdependencia.

Sobre el valor del cuidado, sobre recordar que dependemos de los otros y que eso no tiene por qué ser malo, trata un libro recientemente publicado por el psicogerontólogo vasco Javier Yanguas. Y el título no puede ser más poético: Cuando los volcanes envejecen, existir en la mirada del otro, envejecer, acompañar e implicarse en la vida de los demás.

La realidad de millones de familias en el mundo es que están a cargo de alguna persona que necesita cuidados, lo que conlleva una intimidad que muchos pretenden evadir, como si al no mencionarla despareciera. Ignoran así que felicidad y sufrimiento son dos caras de la misma moneda de la vida. Yanguas narra, desde la experiencia que vivió junto a su hermana cuidando a su mamá durante nueve años, cuáles son los retos, las necesidades y las gratificaciones que se generan entre aquellas personas que necesitan cuidados -esos volcanes que han envejecido- y quienes los atienden.

Lo que propone es cambiar la mirada sobre la vejez, que ya no es una parte residual de la vida, sino que puede implicar hasta 30 años para muchas personas. Porque entre los 65 y los 90 años pueden pasar muchas cosas. Si se ha podido ser previsivo y se cuenta con recursos económicos y buena salud, hay una primera parte que es maravillosa, pero luego llega la fragilidad y la necesidad de ayuda. En ese momento es importante sentirse acompañado, saber que el otro está cerca.

Yanguas sostiene que una sociedad madura es una sociedad en la que los individuos son responsables de lo que les ocurra a los otros. “En el aislamiento solo hay soledad y no podemos llegar a sociedades líquidas que, como describe Bauman, son como el café instantáneo: calientas el agua, la echas en un vaso, remueves y sabe a café, pero el café es otra cosa. Queremos lo bueno sin lo malo, creemos que la felicidad es estar tranquilos, pero nos hemos equivocado; la verdadera felicidad tiene más que ver con el desarrollo personal e implicarnos en la vida de los otros”.

Y desde esa perspectiva surge un consejo. Permitir que los jóvenes se relacionen con el cuidado para que tengan un pantallazo de realidad. Porque si hay algo que imprime carácter son los cuidados. Las sociedades envejecidas deben ser para todas las edades. Pensar que los hijos no deberían cuidarnos, que nos tenemos que valer solos y que la interdependencia es clandestina es un error inmenso. La vejez está llena de etapas, y lo ideal sería intentar vivirla con propósito, más vinculada a los demás. Asumir y entender la vulnerabilidad no nos hace más débiles, sino más humanos.

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