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Veneno

hace 20 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

—Mamá, quiero matarlo, ya no lo soporto. No aguanto un día más con él. Lo detesto.

La señora no se escandalizó. Bebió su café amargo, sin azúcar y esperó en silencio. Esperó pacientemente a que su hija terminara de desahogarse, para responderle con frialdad.

—Está bien, hija. Yo te ayudo, pero si lo vas a hacer, no puedes ser evidente. Nadie puede sospechar de ti, de nosotras. Así que vas a tener que actuar. Vas a simular que lo escuchas, que lo comprendes. Disimula haciendo las paces con él. Debe creer que de nuevo lo cuidas y lo tratas bien. Aparenta ser dulce, paciente, comprensiva y amorosa. Vas a tener hasta que agradecer por lo que te ofrece. Poco o mucho, agradecerle. Que parezca realmente que lo amas, ¿me entiendes?

La joven le dice que sí, que claramente. Le habla con la serenidad aterradora que nace cuando el odio se ha vuelto costumbre.

—Te daré esto —le dice al pasarle una pequeña bolsa de papel con un sello de advertencia— Vas a poner un poquito cada vez que le sirvas. Desayuno, almuerzo y comida te sientas con él para asegurarte que no deje nada en el plato. Todo el mes tú misma debes cocinar y asegurarte de que ese sabor casero sea lo suficientemente intenso para que cuando vayas a espolvorear la dosis en su plato, no tenga ningún gusto raro.

Esa misma noche el hombre tuvo su primera comida sorpresa. La joven no esperó para iniciar con su dramatización, pero sin llegar tan lejos como para hablar de segundas oportunidades o nuevos intentos. Además de desgastante -pensaba- sonaría falsa. Simplemente se entregó a su papel. Cocinó atenta a los detalles. Lo escuchó con tanta atención que hasta parecía realmente interesada. Aunque se asustó un poco cuando él le preguntó qué le había puesto a la comida... porque hace rato que no sabía tan bien. —“Amor”, el ingrediente secreto— le respondió porque no se le ocurrió nada más.

Los días pasaban y ella cada vez se sentía mejor en ese papel. Cada dosis la hacía sentir mejor, más confiada. 9, 18, 30 dosis de “amor”. Para ese momento ya notaba cambios en él y ella empezó a sentir miedo. A la mitad de mes volvió donde su mamá, que la esperaba con un café amargo, sin azúcar. Sabía que ya no había vuelta atrás, que esa visita presagiaba que estaba hecho. Que el plan estaba funcionando.

—Mamá, no quiero que muera. Lo amo. Hemos cambiado. Él es de nuevo el hombre del que me enamoré. Al que le dije sí. Por el que di gracias a Dios. Yo soy todo lo que quiere, me dijo. Que va a cumplir la promesa de hasta que la muerte nos separe ¡Y yo lo estoy matando! Mamá tengo que decirle la verdad ¿cómo hago para que el veneno no lo mate?

—No hay nada que hacer hija— le respondió pasando el trago amargo— Ya está hecho. Él no va a morir. Era polvo de cocina. El veneno lo llevabas tú.

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