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Oxígeno

hace 2 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

El viejo rompió en llanto al recibir la factura del hospital. Fueron en total 76 horas internado y conectado a una máquina de oxígeno para salvarlo de su crisis respiratoria.

La factura era una millonada. Quien se la entregaba le dijo que debía conservar la calma, que revisara los cargos y constatara que no existía ningún sobrecosto. Incluso le ofreció un plan para pagarla a cuotas y que solo necesitaría dos codeudores que simplemente tuvieran finca raíz. Que el procedimiento era sencillo y rápido para que no aumentara el valor por el papeleo.

Él solo sollozaba, sin dar respuestas y se sobaba la cabeza con la mano que no cargaba el peso de la factura. Le preguntaron si era su deseo que contactaran a uno de sus hijos que lo había estado acompañando. Eran visitas itinerantes, el señor era terco y no un anciano desvalido.

El señor, aún con la cánula en su nariz, suspiró profundamente. Fue una inhalación de conciencia profunda. Respondió que sus lágrimas eran por la millonada que costaba el oxígeno y no por la falta de recursos para pagarla. Pero su reflexión iba mucho más allá de sus pulmones.

76 horas de oxígeno no son un lujo que todos podrían darse, pensaba. Habían pasado 64 años desde su primera bocanada de aire y nunca pagó un peso por ello. Sintió, por primera vez, el aire gratuito de Dios. Lloraba por esa cuenta. No alcanzaba a imaginar cuánto le debía a Él.

Vivir ante lo cotidiano también es detenerse un instante y sentir el peso real de lo simple. Lo que haces cada día, lo que respiras sin pensarlo, lo que tocas sin notarlo, sostiene más de tu vida de lo que imaginas. No dudes de que hay detalles que pasan desapercibidos hasta que un día, por alguna razón, te detienes y descubres que ahí estaba todo lo que importaba.

Basta mirar conscientemente para que el mundo recupere su profundidad. Entonces un gesto, una palabra, un amanecer cualquiera, se vuelven suficiente. Cambias al presenciarlos. La vida adquiere una textura más clara cuando eliges habitarla sin aplazar la gratitud para otro momento.

Vivir así te ancla. Te ordena. Te despierta y te regala una verdad vital. Nada de lo esencial, necesita ser extraordinario para transformar tu existencia.

Cuando permites que lo cotidiano te hable, empiezas a notar cómo te sostiene, cómo te calma, cómo te hace parte de él. Empiezas a ver que la vida siempre estuvo intentando alcanzarte, esperando que bajaras el ritmo para reconocerla y que respirarás profundo de ella, de su aire.

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